Crisis en Podemos
Podemos, camino de la ruptura
No es ahora cuestión de dilucidar cuál de los dos sectores enfrentados en Podemos –el que lideran Íñigo Errejón y Tania Sánchez o el que sigue a Pablo Iglesias– va a tener el respaldo mayoritario de las bases, pero sí conviene señalar que la pugna abierta puede conducir a la desaparición de la formación morada, al menos como alternativa creíble al Partido Socialista en el ámbito de la izquierda. Probablemente, la cuestión no se deba tanto a diferencias de corte ideológico como a una lucha pura y dura por el poder entre dos personalidades muy acusadas del partido. Algo nada inusual en la actividad política, pero que, en este caso, extraña por la corta historia del partido podemita y por la constante apelación a la «nueva política» de sus dirigentes. Pareciera que los ingredientes que proceden de la antigua Izquierda Unida hubieran contagiado a Podemos de los vicios tradicionales de la izquierda española. El enfrentamiento, además, no se circunscribe al mero campo declarativo, sino que opera sobre las propias estructuras del partido, como demuestran los casos de Baleares y Madrid, donde los perdedores –en este último caso errejonistas– han sido purgados de sus cargos institucionales, a excepción de quienes poseían acta de diputado. Es decir, que ambos sectores se sienten legitimados para imponer sus criterios allí donde son más fuertes. En estas condiciones, parece difícil que las apelaciones a la unidad de cara a la próxima asamblea de Vistalegre hechas por Iglesias y Errejón pasen de ser un mero tacticismo. El mismo cruce de acusaciones y reproches entre los dos principales líderes podemitas, que tuvo lugar al término de la reunión «pacificadora» celebrada ayer en Madrid, permite augurar un bronco desenlace en el proceso abierto de elección interna. Como señalábamos al comienzo, el enfrentamiento entre facciones o tendencias dentro de un mismo partido no es un hecho excepcional, sobre todo cuando se produce en momentos de declive electoral, aunque el Partido Popular, bajo la presidencia de Mariano Rajoy, pueda ser la excepción que confirma la regla. Pero basta con seguir la historia inmediata del PSOE –cuya dirección ha tenido que ser asumida por una comisión gestora– para dar cuenta de lo que decimos. De ahí que suponga una anomalía mayor lo que está ocurriendo en Podemos, un partido de nueva creación que ha obtenido unos resultados electorales verdaderamente extraordinarios para su escasa trayectoria y que se decía impulsor de una nueva manera de hacer política en España. Ciertamente, es un partido demasiado expuesto a las redes sociales y muy dado a la comunicación-espectáculo y que, además, trasmite una sensación de urgencia por alcanzar el poder –más exactamente por desbancar al PSOE como alternativa de Gobierno–, lo que explica, pero no justifica, sus disfunciones internas y el carácter personalista del enfrentamiento interno. En efecto, del discurso de los distintos sectores de Podemos es difícil deducir diferencias ideológicas o programáticas –como sí se están produciendo entre los socialistas– más allá de estrategias coyunturales. Incluso las diferencias tácticas sobre el modelo de relación con el PSOE serían perfectamente dirimibles dentro de una unidad de acción. Así pues, la deriva que está tomando la formación morada no augura nada bueno para su futuro. Sus votantes, por muy ideologizada que esté la mayoría, proceden en buena parte de la abstención, refugio habitual de los antisistema, y pueden desmovilizarse con la misma celeridad con que fueron movilizados por la «nueva política».
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