Ceuta

Rigor frente a demagogia

El drama de la inmigración es propicio a que la oposición utilice toda su capacidad para la demagogia, que no es poca. Que lo afronte con realismo parece a estas alturas una quimera. La comparecencia del ministro del Interior en el Congreso para explicar la tragedia del Tarajal, en Ceuta, probó ayer que el único que mostró interés por abordar la verdad fue el propio Jorge Fernández Díaz. En este punto, hay que ponderar que se tratara de una presencia a petición propia y que lo hiciera con tanta rapidez. Los grupos de izquierda y nacionalistas llegaron a la cita con un relato de hechos predeterminado para exigir dimisiones y desparramar recriminaciones. Dio la impresión de que, para alguno de ellos, la suerte de los ilegales que malviven en tierra de nadie era lo de menos. Perdieron otra oportunidad de aportar soluciones y de renunciar a un discurso sobre la inmigración superficial y oportunista. El ministro, por su parte, cumplió con seriedad el objeto de su comparecencia. Detalló lo que ocurrió en la frontera en aquella jornada, reconoció que los agentes dispararon pelotas de goma al agua a no menos de 25 metros de los inmigrantes para marcar una «traza fronteriza»; que se hizo siempre con un fin disuasorio; que los inmigrantes que intentaron llegar a suelo español tuvieron una actitud muy violenta que obligó a la Guardia Civil a responder; que no hubo omisión de auxilio en ningún momento, y que todas las víctimas fallecieron en territorio marroquí. Las imágenes, los testimonios recogidos y las investigaciones internas y externas refrendan el relato del ministro y el de la propia Guardia Civil, que, en este caso, ha sido maltratada y criminalizada por algunos portavoces de la izquierda. Una presunción de culpabilidad para agentes que han salvado centenares de vidas y han atendido a miles de esos desamparados. Obviamente, hablamos de una tragedia a la que no se puede restar un ápice de dramatismo, pero los hechos fueron los que fueron y la respuesta, con todos los datos disponibles hoy, resultó necesaria y proporcional. La alternativa sería abrir la frontera de par en par, que fue lo que consiguió la última Administración socialista con el efecto llamada de una política frívola y perniciosa. España y Europa se enfrentan a un serio problema en sus fronteras, que tiene, sin duda, una vertiente humanitaria capital, pero también otra de seguridad que exige determinación y eficacia porque lo que está en juego son vidas. Es cierto que se han mejorado los resultados, pero estamos lejos de una realidad tranquilizadora. La presión migratoria requerirá que las distintas administraciones afectadas la tengan presente en todo momento, no la relativicen y sean capaces de articular con constancia respuestas eficaces a un fenómeno de tanta complejidad.