Barcelona

Sánchez entre la cartera y la bandera

Dado que el objetivo fundamental de Pedro Sánchez es ante todo evitar convocar elecciones, en contra de lo que se comprometió en la moción de censura –aunque con poca convicción–, y prolongar la legislatura hasta donde pueda, deberá sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. Esa es, por lo menos hasta ahora, la costumbre en los sistemas parlamentarios. No será fácil, dada la minoría con la que se sostiene el Gobierno y la absoluta deslealtad institucional de sus socios, pero no conviene desestimar la capacidad de Sánchez de poner encima de la mesa lo que haga falta –dinero o «gestos»–, para conseguir el voto de los partidos independentistas catalanes, ERC y PDeCAT, y seguir en La Moncloa. La situación política es confusa y, por lo tanto, alcanzar acuerdos con aquellos que le llevaron al Gobierno de manera tan inesperada es igualmente confuso. Si hasta un consejero de Economía de la Generalitat dice que no habrá Presupuestos «si el Gobierno español no se mueve en el derecho de autodeterminación ni en la cuestión de los presos y exiliados y en las acusaciones fijadas por el Tribunal Supremo», ¿cómo no considerar que cualquier negociación en esos términos es inviable? Aun partiendo de una supuesta táctica basada en, por un lado, gesticular con el programa máximo de los independentistas –es decir, referéndum de autodeterminación– y, por otro, reclamar contrapartidas en inversiones, será igualmente difícil de entender por la opinión pública, en Madrid y en Barcelona, por citar las dos capitales políticas donde se desarrolla esa partida. El ejercicio político de Sánchez no es un buen ejemplo de un gobernante fiable. Ya hay quienes aconsejan a los independentistas que mediten sobre su negativa a no votar las cuentas de Sánchez-Iglesias porque, de entrada, supondría despreciar los 2.200 millones adicionales que Cataluña recibiría en 2019. Por mucho menos el PNV apoyó los números de Rajoy y luego le traicionó. Por lo tanto, es fácilmente comprensible que el juego escenográfico de ERC y PDeCAT gire entre el mundo material y real –el dinero– y el espiritual –el de los «gestos» políticos–, arte que dominan y que ha sido el combustible tóxico de «procés» y que se formuló con el grotesco lema de «Si me tocan la cartera, saco la bandera». No se ha avanzado nada. Todo indica que Sánchez quiere, más que votos, tiempo para fortalecer la imagen de su Gobierno, demostrar que, además de exhumar a Franco, se preocupa de lo terrenal y que su acuerdo con Podemos puede ser más un programa de Gobierno para el futuro que no la base para unos Presupuestos serios y viables. En este sentido, quien tiene la palabra, antes que los independentistas –que, después de todo, actuarán según les convenga en su particular guerra por el poder de la Generalitat–, es Bruselas. La Comisión Europa ya ha mostrado su inquietud por unas cuentas que van a aumentar considerablemente el gasto público, con el riesgo de sobrepasar el objetivo de déficit. La economía española es la única de la eurozona que sigue vigilada, algo que a los independentistas no les debe importar demasiado, si se parte de que la Generalitat se sostiene gracias a los ingresos del Estado, pero sí le debería preocupar al Gobierno de la nación y seguro que a los inversores. ERC y PDeCAT deberán explicar a sus seguidores cómo es posible sostener a un gobierno que va a recurrir la reprobación al Rey aprobada por el Parlament hace unos días. Y Sánchez deberá explicar ante sus electores cómo puede sostenerse gracias a los que han orquestado una campaña contra la Monarquía. No olvidemos que el Parlamento de Navarra también votó el pasado jueves una moción sobre un referéndum nacional para elegir entre República o Monarquía. Con el voto favorable de Podemos, claro está, su socio principal.