COI

Una eliminación arbitraria

Es un ejercicio inútil, que en el fondo sólo conduce a la melancolía, tratar de explicarse cuáles han sido las razones por las que los arbitrarios miembros del COI han decidido que Madrid no sea la sede de los Juegos Olímpicos de 2020. Y es inútil por varios motivos. El primero, y más importante, se refiere al inextricable sistema de elección, en voto individual y secreto, que excluye cualquier exigencia de objetividad sobre el sentido del mismo. Es lo que se conoce como «diplomacia opaca», con unas reglas del juego no escritas y sometidas a una confluencia de variables de todo tipo: políticas, estratégicas, económicas y, también, personales, en un universo –el del centenar de delegados electores– tan diverso como impredecible. De ahí la imposibilidad de obtener respuesta a la pregunta que todos nos hacemos: ¿en qué hemos fallado? ¿Cómo es posible que los miembros del COI, actuando como burócratas caprichosos, antepusieran a Madrid la candidatura de Estambul, ciudad sometida a un acelerado proceso de islamización? Que la capital española fuera la primera en caer sólo puede obedecer a una estrategia fríamente ejecutada, sobre la que conviene subrayar la insidiosa campaña de Francia con el propósito de asegurarse los Juegos de 2024. La candidatura de Madrid tenía todas las virtudes exigibles en cuanto a solidez, financiación, infraestructuras y apoyo popular. El trabajo realizado por todo el equipo de la candidatura olímpica española, respaldado con entusiasmo por las principales figuras de nuestro deporte con proyección internacional, había dejado muy pocas cosas al azar, como, por otra parte, ha quedado evidenciado en el tono y el contenido de las preguntas formuladas a nuestra delegación por los miembros del COI. Madrid presentaba, pues, un buen proyecto –a nuestro juicio, el mejor de la terna– al que pocas pegas podían ponérsele. Se ha hecho todo lo que estaba en nuestras manos y se ha competido con lealtad, entrega e ilusión. Que el éxito final no dependía sólo de nosotros era algo aceptado de antemano. Por ello, podemos sentirnos orgullosos del gran esfuerzo realizado con la seguridad de que no ha de resultar vano. Aunque sólo sea porque la ilusión de Madrid ha sido la de toda España, en uno de esos movimientos de unidad que nos recuerdan la potencia y las posibilidades de nuestra nación cuando se trata de afrontar grandes desafíos. Ahora, cuando el inevitable desánimo nos ronda, hay que procurar sacar lo mejor de esta experiencia. No es el momento de plantearse si conviene presentar de nuevo la candidatura o es preferible dejar pasar un tiempo. Habrá que abrir un periodo de reflexión para adoptar la decisión más adecuada. Pero de lo que no debe haber dudas es de que Madrid será sede de una olimpiada porque tiene vocación de serlo.