Iglesia Católica
Una Iglesia abierta a todos
Su Santidad ha hecho pública su exhortación apostólica «Amoris Laetitia» –«La alegría del amor»–, que ilumina, sintetiza y articula desde el magisterio eclesial los resultados de los dos sínodos sobre la familia celebrados en 2014 y 2015. Vaya por delante que del texto del Papa Francisco no se puede colegir modificación alguna de la doctrina fundamental de la Iglesia, pero tampoco se debe desconocer que en la exhortación se plantea un cambio en la aproximación a las nuevas condiciones ambientales, sociales e ideológicas en las que se desenvuelve la familia cristiana. Es un cambio, sin embargo, que bebe de los principios fundamentales de la caridad y la misericordia del Evangelio, demasiadas veces oscurecidos por un corpus normativo que olvida, en las propias palabras del Pontífice, «que los pastores estamos llamados a formar las conciencias de los fieles, no a pretender sustituirlas». Se plantea, pues, la búsqueda no sólo de un equilibrio entre la ansiedad del cambio que subyace en algunos sectores de la Iglesia y la aplicación pura y simple, inamovible, de lo establecido, sino de que el cuerpo eclesial opere con los pies en la tierra ante los desafíos y obstáculos a los que se enfrenta cotidianamente la familia –la cultura de los provisorio, la mentalidad antinatalista, el impacto de la biotecnología, la pauperización de amplias capas de población en las sociedades industriales, la ideología de género, el estallido de la pornografía, la deconstrucción jurídica del matrimonio–. Todo ello se resume en la interpretación de Francisco, en un individualismo exagerado, que prima las aspiraciones personales frente a la entrega. No es, por supuesto, un problema que sólo deba interesar desde el punto de vista religioso, ya que afecta a la estructura base de la sociedad, con graves consecuencias negativas para el desarrollo humano, pero la Iglesia católica está obligada a abordar desde sus creencias esenciales el sufrimiento de muchos fieles, que se ven atrapados en un conflicto moral y de conciencia, y a los que no se dejaba otra opción que el alejamiento de la Iglesia. En este sentido, es interesante anotar que la Conferencia Episcopal Española advierte en su análisis de la Exhortación apostólica de Francisco de que «a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña» y que es desde esa premisa desde la que se deben leer las orientaciones del Papa con respecto a los católicos divorciados que se han vuelto a casar, a los que rehuyen el sacramento del matrimonio o a los homosexuales que conviven maritalmente. El Papa reitera lo que ya se enunció en las conclusiones de los sínodos: que no debe esperarse una nueva normativa general de tipo canónico, sino analizar caso por caso, evitando los juicios que no tomen en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, sus condicionamientos personales y las circunstancias atenuantes de las personas concernidas. Y dado que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos» las consecuencias o efectos de una norma no deben ser necesariamente siempre las mismas. No cambia la doctrina, pero se admite el tratamiento personal, individualizado de cada caso, con el objetivo de facilitar la mejor reintegración de los apartados. Prima, pues, la lógica de la misericordia pastoral, pero sin caer en el otro extremo: la resolución que se adopte sobre un caso particular no puede ser elevada a la categoría de una norma. Francisco busca una Iglesia abierta a todos, sin merma de su doctrina, ya que comprender las situaciones excepcionales no implica renunciar al ideal ni proponer menos. Por ello invita a los sacerdotes a atender los dramas personales y comprender el punto de vista de los que quieren regresar al seno de la Iglesia para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar.
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