Elecciones Generales 2016
Voto útil para frenar al populismo
Nunca como en estas elecciones ha estado más fundamentada la apelación al «voto útil» de los ciudadanos, entendido, por supuesto, como instrumento de estabilidad política e institucional frente a la amenaza que supondría la formación de un Gobierno de izquierda radical, cuyos presupuestos ideológicos siempre han conducido a la penuria económica y a la división social en los países donde se han aplicado. No se trata de estigmatizar por sí misma una opción electoral, sin duda legítima en un sistema de democracia abierta como el nuestro, sino de recalcar la realidad de los hechos, demasiadas veces desdibujada bajo el peso de la propaganda: el modelo político que preconiza la coalición de Podemos no es más que una variación dialéctica del viejo marxismo, que se adapta de manera oportunista a las condiciones ambientales de cada escenario. El ejemplo más próximo lo tenemos en el denominado «socialismo bolivariano del siglo XXI», que se extendió por Suramérica desde Venezuela a caballo de la bonanza petrolera, pero también en la llamada «nueva izquierda» helena, que tuvo que ser neutralizada bajo el paraguas de la Unión Europea, aunque a costa de un grave deterioro de las condiciones de vida de los griegos. Si hemos creído conveniente plantear estas consideraciones es porque la práctica totalidad de las encuestas electorales dibujan un resultado para la noche del 26 de junio con sólo un escenario probable: que Pablo Iglesias forme Gobierno con los votos del secretario general socialista, Pedro Sánchez, y el apoyo puntual de los nacionalistas, tal vez del PNV. Esta situación vendría dada por la victoria insuficiente del Partido Popular, que, si bien mejora mucho en la intención de voto, se vería penalizado por los efectos de la Ley d´Hont. En efecto, la irrupción de la coalición de Izquierda Unida y Podemos, que de acuerdo a los sondeos superaría con creces al PSOE, pone en juego una docena de escaños que, normalmente, corresponderían al partido más votado. Así, según la última encuesta de intención electoral elaborada por NC Report para LA RAZÓN, aunque la candidatura de Mariano Rajoy ya superaría el 30 por ciento de la expectativa de voto –exactamente el 31,1 por ciento, dos puntos y medio más de los sufragios que obtuvo el PP en las pasadas elecciones–, la atribución de escaños se establecería en un arco de entre 126 y 131 parlamentarios, sólo siete más que en diciembre, y eso en el mejor de los casos. Dado que la formación que lidera Albert Rivera se mantiene estancada en las encuestas, con una pérdida probable de hasta cinco escaños con respecto a los 40 que consiguió en las pasadas elecciones, la hipótesis de que Mariano Rajoy pudiera repetir en el Gobierno queda a expensas de una más que problemática abstención del PSOE. A menos, claro está, que el amplio sector del centro derecha y de la izquierda moderada que declaran que se abstendrán –el 6,3 por ciento entre los antiguos votantes del PP y el 9,8 entre los socialistas– recapaciten y acudan a las urnas. Esta labor de movilización de los electores toma la mayor importancia ante unas encuestas que pronostican que el 26 de junio se va a dar el menor índice de participación de la reciente historia democrática española, con un 35,4 por ciento de abstencionistas declarados. Aunque son comprensibles el cansancio y la desilusión de muchos ciudadanos, que rechazan la incapacidad de los políticos para llegar a un acuerdo, lo cierto es que el riesgo de que España acabe bajo un Gobierno débil, dominado por unos populistas que militan en la «ingeniería social» y defienden la barra libre del gasto público y el enfrentamiento con Bruselas, es demasiado importante para quedarse al margen. Como decíamos al principio de esta nota editorial, nunca ha sido tan legítima la apelación al voto útil, al voto a Mariano Rajoy.
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