Brexit

El Brexit ya es sólo un problema inglés

Poco puede hacer ya la Unión Europea para reconducir el auténtico sinsentido que ha tomado el Brexit a causa de una pugna política en el Reino Unido que parece fugada de la realidad. Ni la primera ministra, Theresa May, ha convencido a los críticos de que el acuerdo alcanzado con Bruselas era el mejor posible, ni sus opositores son capaces de plantear una alternativa de salida que no suponga tomar por imbéciles a sus antiguos socios comunitarios. A la espera de que el Gobierno de Londres se saque de la manga y en el plazo de tres días una más que improbable solución, sólo se abren dos opciones lógicas: la ruptura por las bravas, el llamado «Brexit duro», o suspender la invocación del artículo 50 de la CE y esperar tiempos mejores. Porque el plazo del 29 de marzo es ya tan perentorio que ni da tiempo para que Reino Unido llame a nuevas elecciones generales ni para que el Parlamento convocara un segundo referéndum. Sin duda, Theresa May tratará de trasladar a Bruselas la responsabilidad de un arreglo, bajo la amenaza de esa salida traumática que perjudica al conjunto de la UE, pero no debería encontrar el menor eco al otro lado del canal. Las condiciones ofrecidas son las mejores a las que podían aspirar.