Quisicosas

Era muy incómodo

En realidad, en el diálogo con él, una actuaba como Poncio Pilatos, buscando una verdad doméstica, domeñable, más o menos inteligible o pastueña, cuando él proponía simplemente la Verdad

Los profetas y reformadores resultan francamente incómodos. Cuando Francisco de Asís tiró por la ventana la herencia de su padre, se desnudó literalmente e hizo tonsurar, sin duda fue muy molesto, sólo que ahora nos parece poético porque hace mucho tiempo de aquello. Cuando Teresa de Ávila hizo su radical reforma del Carmelo y distinguió entre descalzas y calzadas, con despojamientos radicales, también enfadó. Estos hombres y mujeres están destinados a abrir nuevas rutas, que cambian profundamente las sociedades. De la obra monástica de Benito de Nursia nació Europa, Teresa de Calcuta sacudió a los biempensantes, Ignacio de Loyola llevó la Iglesia a Asia y revolucionó el pensamiento universal.

El instrumento de Francisco ha sido la flexibilidad, cosa francamente desagradable para los que nos aferramos a reglas inamovibles: «La rigidez -escribió- es sectaria. La rigidez es autorreferencial. La rigidez en una herejía cotidiana que confunde la Iglesia con una fortaleza, un castillo distante y soberbio que mira el mundo y la vida desde lo alto, en lugar de habitar en ellos». Nos ha pedido que nos zambullamos en la vida y adquiramos olor a oveja y vayamos al mundo entero y dejemos que el Espíritu cambie la historia, no nosotros. Básicamente lo mismo que planteó el nazareno cuando echó a aquellos pescadores a los caminos, una barbaridad que en muchos casos acabó en cadalso.

Francisco ha sido como Jesús, con todas sus fuerzas ha sido como Jesús. Quiso a todos y prefirió a los descartados, los que todos señalan, los olvidados, confusos, los que están al margen. Viajó lo más lejos que pudo y abrazó a aquellos de los que nadie hablaba. Divorciados, homosexuales, emigrantes, deportados, presos, víctimas de la guerra nunca lo olvidarán. Ellos son obligatoriamente flexibles. Fue tan distinto, abierto, generoso, tanto, que hubo quien quiso crucificarlo. Y no precisamente los gentiles. Francisco nos descolocaba. No me refiero sólo a cierto exceso verbal, como cuando dijo que «para ser un buen católico no hay que tener hijos como conejos» o, contra las ofensas a los musulmanes, «si alguien ofende a mi madre, puede esperarse un puñetazo». Los impulsivos no le damos mayor importancia a comentarios que hubiesen requerido otra precisión. Estoy pensando más bien en lo difícil que resultaba entenderle en asuntos radicales, con consecuencias teológicas y políticas. Era tan extraño que obligaba a reflexionar y rezar. Y a menudo, profundizando, una acababa de comprender que, si proponía lo aparentemente impensable, el perdón entre los hombres, la paz, el diálogo, es porque eso es posible.. para Dios. En realidad, en el diálogo con él, una actuaba como Poncio Pilatos, buscando una verdad doméstica, domeñable, más o menos inteligible o pastueña, cuando él proponía simplemente la Verdad.