Quisicosas
Un estadio lleno
Nacer se ha hecho más difícil, porque ha dejado de ser un derecho, pese a que la ciencia es rotunda sobre la continuidad de la vida desde la concepción
El aforo del Santiago Bernabéu es de 80.000 personas. El del Metropolitano, del Atlético de Madrid, se cifra en 70.500. Tres estadios llenos, trescientas mil personas, es la cantidad de gente que se jubila en España anualmente, más o menos las personas que nacen. Como las defunciones son cien mil más, el crecimiento vegetativo es negativo: 111.088 personas. Las cifras son de bulto, pero es fácil entender lo bueno que sería tener 103.097 nacimientos más, que es el número de abortos practicados en 2023. Un estadio lleno. Es una inmensa fuerza de trabajo, creación y convivencia que se está perdiendo. La tasa creció un 4,8 por 100 con respecto al año anterior.
Hay datos relevantes en el registro oficial, los abortos crecen en todas las franjas de edad, pero sobre todo en chicas menores de 19 años. No son inmigrantes desesperadas, como podríamos pensar, el 65,52 por 100 eran españolas y se ha incrementado el porcentaje de mujeres con bachillerato, FP o estudios universitarios. Para un 21,8 por 100 era su segundo aborto. Esto quiere decir que el aborto se ha convertido, en la práctica, en un método anticonceptivo, como ocurre en Rumanía o en Rusia, donde hay desprecio a la vida tras el comunismo materialista. Las «interrupciones voluntarias sin motivo médico» son las que más crecen en nuestro país.
En el pasado reciente, perder un hijo era dramático, aunque fuese «voluntario». Entrañaba un debate moral. Hoy las chicas testifican que es un recurso último de uso convencional. Nacer se ha hecho más difícil, porque ha dejado de ser un derecho, pese a que la ciencia es rotunda sobre la continuidad de la vida desde la concepción y hace mucho que demostró que cada ser es genéticamente único desde el principio.
No hay mucho que hacer, supongo, porque no se puede obligar a una madre a parir, pero me llama la atención la resistencia al debate cultural. Porque el problema es exactamente ése. Cuando, por ejemplo, se niega la posibilidad de que una embarazada conozca lo que le pasa en el vientre, cosas como escuchar los latidos del corazón del feto o ver las impresionantes ecografías actuales, se está imponiendo un principio ideológico según el cual es mejor abortar sin recelos. Se dicta por decreto una cuestión debatible: que la realidad de los datos es un obstáculo para la libertad de la embarazada. La pregunta es si la muerte entraña más libertad que la vida. Hay algunos indicios del enorme sufrimiento que están pagando las mujeres, no sólo físicamente, sino en lo profundo de sus corazones.
A todos nos afecta este desprecio porque, si un bebé no merece la pena ¿cómo va a merecer aprecio un discapacitado o un viejo?
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