Letras líquidas

El estrés postraumático de la democracia

La democracia española atraviesa un periodo de inflexión evidente, en la que se juega mucho: garantizar la separación de poderes y defender los principios constitucionales

Si un soldado escucha fuegos artificiales, puede que corra a protegerse temiendo un ataque enemigo. Quizá esté sufriendo un episodio de estrés postraumático porque su cerebro no es capaz de distinguir entre el recuerdo y la realidad, entre pasado y presente. Ésta es la conclusión (resumida a nivel más que «amateur») a la que han llegado un grupo de investigadores de la Universidad de Yale y del Monte Sinaí en un estudio, recogido por «The New York Times», que establece que la mente humana sigue unos patrones específicos, diferentes a los habituales, en el caso de rememorar episodios especialmente dolorosos: esos recuerdos no pueden ser controlados y se filtran en la vida cotidiana de quien los sufre como si volvieran a ser reales. Y, a partir de esta conclusión, los científicos intentan esclarecer en qué área del cerebro se produce esa confusión de la memoria para limitar los daños en los pacientes.

Resultaría difícil situar el hipocampo, la amígdala o el centro de detección del estrés en el «cerebro» de una sociedad, pero resulta evidente que, como ser propio e independiente que termina siendo la suma de sus individualidades, acaba por compartir una memoria y unos recuerdos vinculados a unas emociones. Y, a veces, como respuesta a cuestiones anteriores, nos llevan a una trampa mental para devolver al hoy lo que no son más que sombras del ayer. Hace pocos días «The Economist» alertó de que «la presión partidista» envenena las instituciones en España. Consideraba el semanario británico que «algunas de las medidas de Sánchez» hacen que «la confianza en la democracia se resienta» y llegaba a comparar el escenario con los «primeros días del retroceso polaco». El toque de atención externo se suma a otros muchos internos que apuntan a un deterioro de los contrapesos, límites y equilibrios diseñados para garantizar el funcionamiento del Estado de derecho.

Razón, desde luego, no les falta. La democracia española atraviesa un periodo de inflexión evidente, en la que se juega mucho: garantizar la separación de poderes y defender los principios constitucionales. Pero caer en la condolencia nostálgica del «Spain is different» o regodearnos en el complejo de inferioridad de recién llegados al juego democrático solo serviría de distracción o parálisis de la necesaria labor de vigilancia y freno a cualquier intento desestabilizador. Los traumas del pasado están ahí, pero no conviene dejarse llevar por ellos: mejor volver al presente para actuar en defensa de lo que somos y aprender a gestionar los fuegos artificiales.