Opinión

Feijóo y la otra política posible

Sale de aquí ofreciendo la imagen de un líder solvente, tan capaz de presidir un gobierno como de ejercer oposición firme a uno que se antoja frágil, por los pelos y con demasiadas servidumbres debidas

En la sesión de hoy, Sánchez se hacía definitivamente pequeñito. Como pasa en los dibujos animados cuando vapulean al caradura. Ni el matonismo por persona interpuesta del día anterior, resolución de conflictos por incomparecencia, levantó lo que el contundente discurso de un líder había convertido en guiñapo. Hasta le clareaba una incipiente calva en la coronilla que quizá, solo quizá, ayer no estaba ahí. O yo no la vi. Se hacía pequeñito hasta desaparecer, digo. Y, lo juro, en un momento estaba (ad)mirándose de reojo en las pantallas cuando la cámara le enfocaba y, al siguiente, su escaño estaba vacío. Volatilizado en su menguamiento. Tendría cosas más importantes que hacer, cositas de gran estadista (en funciones). Yolanda Díaz, algo más allá y en un ejercicio sofisticadísimo de autoparodia conspiranoico-cohetera (o releyendo, por si a la cuarta lo entiende) exhibía sobre la mesa el libro “La supervivencia de los más ricos”, de Douglas Rushkoff. Y, entonces, le negaron los votos a Feijóo los de Bildu.

Lo hacían alternando el español de todos con el vascuence (buen tino el de Espada en esto) y obligándonos a todos al ejercicio cómicamente involuntario de ponernos y quitarnos, ponernos y quitarnos, ponernos y quitarnos, los pinganillos. Sin que se le cayese la cara de vergüenza de puritito cinismo, sostenía Mertxe Aizpurua que, si depende de ellos, “no habrá gobiernos reaccionarios ni en euskalerria ni en ningún otro lado”. Reaccionarios. Otros. Los demás. No sorprendió a nadie, claro, el aplauso ante la réplica de Feijóo resaltando que, en cuestión de partidos reaccionarios, la patente en Europa la tienen ellos. “Fíjese”, le decía con admirable temple desde la tribuna, “qué grandeza la del sistema del 78 que permite que personas como ustedes puedan estar aquí”. Respondía el candidato a la vez a Bildu y a PNV, que también le negaba sus votos, pero respetaba a los segundos sin hacerlo con los primeros. Porque a los herederos del terror, a los que nunca han pedido perdón a las víctimas ni condenado los homenajes a asesinos, a los de los crímenes sin resolver, no les va a permitir lecciones de democracia. Apelaciones a los derechos humanos, menos. Que eso se permitían, reivindicar, que ellos están en “el lado correcto, el de los derechos humanos”. Lo que nos colocaría al resto en el malo, claro. A los que ni hemos matado ni justificado matar, ni elevado a categoría de héroes a los que lo hicieron. Por eso precisamente, por esa deshonestidad en el planteamiento, la réplica de Feijóo era impecablemente necesaria: «todo lo que diga Bildu que no venga precedido por una disculpa real a todas las víctimas de ETA y una colaboración para esclarecer los más de 350 asesinatos no tiene ningún valor». Esos votos, oigan, para Sánchez.

Tras la intervención de los que sí y de los que no, de las réplicas y las contrarréplicas, nos daban las diez y las once y las doce. Y, no a la una pero sí a las doce y media, se materializaba de nuevo en su escaño Pedro Sánchez. Con el mismo rictus indolente y cierta rigidez en la mandíbula (el bruxismo de las grandes ocasiones), sin prestar atención, no cabía esperar otra cosa, a un Feijóo que, en la tribuna de nuevo, cerraba con su intervención la sesión de investidura. Una durante la que se ha desvelado como un gran orador, capaz de recuperar la educación y el decoro perdidos, alejado de macarrismos tabernarios y desubicados, de faltas de respeto al pluralismo político y a la ciudadanía.

La votación, por nombramiento directo y sí o no a voz en grito, se desarrollaba con normalidad (alguna risa por un par de equivocaciones que se han apresurado a corregir, no fuera a ser que) y según lo esperado: 350 votos emitidos, 172 síes, 178 noes, cero abstenciones. El escaño de Alberto Garzón permanecía vacío al lado del de Montero mientras se sucedían los monosílabos y, entre el tecleo tardoadolescente de móvil de esta e Ione Belarra, apuesto por un sobredesarrollo en la oponibilidad de sus pulgares, se instalaba sorpresivamente Diana Morant, convirtiendo por un rato en trío linfático a las de la apatía crónica. Los procesos democráticos las hastían, jo tía. Se convocaba para nueva votación al viernes 29, tras el debate. Se levantaba la sesión.

No llamaría fallida a esta investidura: Feijóo sale de aquí ofreciendo la imagen de un líder solvente, tan capaz de presidir un gobierno como de ejercer oposición firme a uno que se antoja frágil, por los pelos y con demasiadas servidumbres debidas. Uno que escucha cuando le habla el que discrepa y contesta a la interpelación sin los trucos del trilero, textitos efectistas traídos de casa que hablan de lo que quiere pero no de lo que debe. Nos ha demostrado que otra política es posible. Y, aún más, necesaria.