Tribuna

Feliz 2024: un año para restaurar la verdad

El recién estrenado 2024 se insinúa como un año recio, pero esperanzador. La restauración de la verdad a algunos les llegará, muy a su pesar, por haber subestimado la fortaleza moral del sujeto paciente

Se esfumó 2023 dejándonos 60 conflictos bélicos en el planeta y dos conflictos, tan inventados como «cronificados», en España: me refiero al nacionalismo vasco y catalán. El nacionalismo identitario se establece con esa insidiosa y sibilina forma de penetración similar a la del cáncer en el organismo: al principio silenciosa, silente, camuflada pero colonizándolo todo a su alrededor y expandiéndose por vasos sanguíneos y linfáticos hacia órganos más alejados hasta hacer fracasar su función.

Hemos sido testigos oculares de esa singular capacidad del nacionalismo para metastatizar –con su falaz discurso– toda la vida social y política de España. Si a esta perniciosa enfermedad se asocia una deficiencia inmunológica, es decir, la debilidad de las defensas encargadas de defender al organismo de las células «cancerosas», la suerte está echada. En el símil que nos ocupa, un pertrechado sistema inmunitario se refiere a la fortaleza de las Instituciones que tienen como misión defender la democracia, el orden, la justicia, … y neutralizar cualquier devaneo del Gobierno de turno para que no se aparte del bien común, en su propio beneficio, por flirtear con los que son los enemigos a batir. El otro dique de contención es el movimiento ciudadano.

No estamos hablando de modular los sentimientos de nadie, sino de hacer entender que una historia deformada, rebozada en el victimismo, sin respeto alguno a la verdad histórica, incluso la reciente, imposibilita que afloren generaciones de ciudadanos cabales, arraigados, creativos, valientes mientras crecen como setas los individuos acríticos, o proclives al fanatismo, a la postre personas malogradas, por haber sido penosamente manipuladas o por comprender al final del camino que nada valió la pena aunque les cueste reconocerlo. Estas últimas consideraciones revolotean en mi mente en un intento de metabolizar lo que me pareció captar del documental «No me llaméis Ternera», donde el periodista Jordi Évole entrevista al histórico etarra Josu Urrutikoetxea, en donde éste planea vagamente sobre su implicación de décadas en ETA (50 años, nada menos) y su participación en el atentado mortal contra el alcalde de Galdácano, Víctor Legorburu, del que nunca fue juzgado, y cuyo expediente fue archivado tras la Ley de Amnistía de 1977. Urritikoetxea reconoce muchos «errores», un camino minado por sus propios compañeros de filas, a los que parece desconocer pero que eran los que supuestamente daban las órdenes. Llama «errores» a asesinatos de los que se sacude la responsabilidad porque no fueron «decisiones suyas»: Con un balbuceado «lo siento», como máxima expresión de rectificación pretende aparentar firmeza, pero su mirada le delata: no logra ocultar su profundo pesar. Josu, no le llamo Ternera, es la encarnación de un líder, una persona –con indiscutibles potencialidades– malograda. Pero nunca es tarde para restaurar la verdad.

El escolta de Legorburu, Francisco Ruiz, que sobrevivió al atentado al protegerse entre dos coches tras recibir varios impactos, es el personaje que rebosa humanidad, en este documental, sin poder ocultar en su rostro la profunda decepción que a todo ciudadano le provoca la debilidad de un Estado de Derecho, que por la impunidad –por no decir prevaricación– dejando al ciudadano sin capa y sin manteo.

Retomando el hilo conductor del símil de las neoplasias, la solución para este tipo de patologías se sostiene en dos grandes pilares: la inamovible determinación para erradicarlos y la fortaleza del organismo huésped para resistir los envites de una terapia necesariamente «agresiva», contundente, yendo a la raíz del mal. Los presidentes Zapatero y Sánchez han abortado cualquier estrategia orientada en la doble dirección mencionada, antes-bien-al-contrario, han hecho lo radicalmente opuesto a lo debido. Confiados en la subvencionada coreografía de los medios lacayos y en los sólidos apoyos internacionales, que incluyen a Lula, Maduro, Petro, … Grupo de Puebla en pleno y el conglomerado del Foro de Sao Paulo, con las suculentas retribuciones del narcotráfico, y al mismísimo Putin, siempre atento, implicado en el apoyo a los independentistas catalanes. España, esa histórica «perita en dulce» del Comunismo, se les presenta, deshecha y humillada, más asequible que nunca: servida en bandeja por los dos infames presidentes de cuyos nombre no quiero acordarme. Nuestro querido amigo, Marcelo Gullo, prestigioso hispanista y miembro del Foro Libertad y Alternativa, nos lo resumía magistralmente: «Las fuerzas de mal tienen ahora un enemigo común: La Hispanidad».

El recién estrenado 2024 se insinúa como un año recio, pero esperanzador. La restauración de la verdad a algunos les llegará, muy a su pesar, por haber subestimado la fortaleza moral del sujeto paciente: los ciudadanos y todas las asociaciones profesionales más relevantes que ahora se apiñan como nunca antes. Las elecciones autonómicas vascas probablemente serán otra ilustrativa lección para el PNV que sufrirá en su propio pellejo, aquello de «cría cuervos y …» y otra oportunidad de PSE para dejar sus vergüenzas al descubierto, al seguir miméticamente las pisadas del líder de su partido y de sus colegas navarros, a pesar de que casi el 70 % del votante socialista rechaza los pactos con los «biduetarras». También se presentan emocionantes las europeas del 6 de junio de 2024, donde después del bochornoso espectáculo de PS, el varapalo puede ser de históricas dimensiones. Todo esto y lo que no alcanzo a enumerar pueden ser hitos que propicien esa urgente tarea de restaurar la verdad: ¡Feliz 2024!