Tribuna
El feminismo no era esto
Durante mucho, demasiado tiempo, sólo hablar de esto, sólo cuestionar el paradigma dominante, ha sido y es pasaporte seguro al linchamiento público, el estigma y la cancelación
El caso Errejón se puede analizar desde distintos ángulos. Ninguno edificante. Se puede y se debe condenar la grave hipocresía de quienes, defendiendo unas cosas en público, hacen otras muy distintas en privado.
Se puede tomar nota de que la vieja guardia de Podemos va a tumba abierta contra los ministros y portavoces de Sumar. A ver si la verdadera moción de censura contra Pedro Sánchez es la que pueden intentar cocinar Pablo Iglesias e Irene Montero metiendo en la «termomix» hoy la cabeza de Íñigo Errejón, mañana la de Yolanda Díaz.
Se puede incluso sentir cierto pasmo ante lo que cuentan algunas denunciantes. No es lo mismo ser una joven y anónima militante de un partido al que un alto cargo toca el trasero sin invitación en un concierto –y luego va una «compañera» a «mediar» para que no denuncie…– que una actriz (más famosa hoy que ayer, pero menos que mañana) que se presenta a una fiesta colgada del brazo del político de moda y tiene con él tres enganchones –uno en el taxi, otro en el ascensor, otro en la fiesta misma–, tras lo cual todavía se va por su propio pie a la casa de él (!¡) y le lleva tres años darse cuenta de que aquello no fue una «bad date» –una cita que acaba desastrosamente mal– sino una agresión sexual castigada hasta con cuatro años de cárcel. Puedes creer a tu hermana y a la vez tirarte de los pelos con su relato.
Los hombres prominentes que se valen de serlo para cobrar presas eróticas han existido siempre, por desgracia. Y parece que no van precisamente a menos por la efervescencia antiheteropatriarcal de algunos y algunas. Sobre todo, mientras haya mujeres que a lo mejor no valoran el impacto que puede tener en otras mujeres perpetuar la dinámica de consentimiento o de silencio a cambio de favores. O de visibilidad.
Veremos quién se salva y quién se hunde en esta ciénaga. En el momento de escribirse estas líneas bullían noticias de que Íñigo Errejón podía estar a horas de ser detenido por violación. Pero, al margen de su espeluznante caso concreto, este podría ser un buen momento para abrir el melón de para qué nos sirve una ultraizquierda tan puritana, tan invasiva de la vida privada, si luego ni sus propias eminencias están a la altura de sus férreos estándares.
Desde la Sección Femenina franquista no se recordaba tanto afán político de regular hasta los más mínimos intersticios de la intimidad. Ahora estamos hablando de qué es agresión sexual y qué es consentimiento. Podríamos hablar también de cómo y de qué manera los dogmas ideológicos intervienen y hasta interfieren en la maduración sexual de la población adolescente y en su «autopercepción» de género.
¿Es creíble que de tener que poner al día la defensa de los derechos de las personas transexuales, hasta hace poco una minoría trágica, hayamos pasado a no dar abasto ante la muchedumbre de menores de edad que aspiran a bloquearse la pubertad y vendarse los pechos como de niña le hacían a Marisol, cuando no sajárselos directamente? ¿Todo ello con un simple autodiagnóstico validado por los colegas de TikTok o por una creciente industria de la salud mental que, como describe Abigail Shrier, autora de «Un daño irreversible» y «Mala terapia», a veces engrosa su cuenta de resultados a base de no querer ver lo evidente, que es un problema, pues eso, de salud mental, disfrazado de sovietización del cuerpo, todo ello arrinconando o hasta destruyendo los vínculos familiares y la autoridad de los padres?
Abigail Shrier llega a hablar de suicidio simbólico de millones de adolescentes. De una epidemia de falsos y falsas trans que ha tomado el relevo de las anteriores legiones de víctimas de la bulimia o la anorexia. Con secuelas no menos estremecedoras.
Durante mucho, demasiado tiempo, sólo hablar de esto, sólo cuestionar el paradigma dominante, ha sido y es pasaporte seguro al linchamiento público, el estigma y la cancelación. Pocos y pocas se atreven a pedir explicaciones o por lo menos garantías. El caso Errejón, que ha caído como una bomba en el búnker de la pretendida superioridad moral de la ultraizquierda, podría ser una ventana de oportunidad. Y de coherencia. Pero evidentemente ese esfuerzo no lo podrán hacer los mismos ni las mismas que, prisioneros y prisioneras de su feroz discurso, no les queda otra que cortar cabezas y seguir subiendo la apuesta estalinista.
La vida y la libertad tienen que venir de otra parte.
Anna Graues periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán.
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