Tribuna

Francisco y la política

Hoy, ante dilemas éticos inéditos, cuando tantas certezas se diluyen, más que nunca necesitamos una sabiduría capaz de responder a las exigencias siempre renovadas de la libertad y las posibilidades humanas

El Papa FRANCISCO fue un buen pastor. Enfatizó el mensaje evangélico que une justicia y caridad en el privilegio de la pobreza y, con valiente ardor, llevó ese mismo mensaje al terreno de la política. Cuando la crisis económica y el coronavirus situaron al mundo ante una grave emergencia sanitaria, habitacional, de empleo y de supervivencia, su encíclica Fratelli tutti, invocó con ímpetu radiante el valor – también revolucionario – de la fraternidad, haciendo memoria del sufrimiento de la humanidad.

Conforme a la dinámica de ideas e intereses de Max Weber, recordó que abordar cuestiones como la guerra, la pobreza o las migraciones dando prioridad a los intereses sobre los valores, erosiona el marco normativo internacional y el sentido mismo de las acciones. Frente al miedo, los intereses adquisitivos o los objetivos inmediatos de la política, FRANCISCO apeló a la fraternidad universal para «encarar» los grandes desafíos de nuestro mundo. El verbo no es casual. La visión de la cara del otro es presupuesto de la deliberación conjunta sobre los hechos y las condiciones razonables, los deberes respectivos y las decisiones responsables, en la única sociedad justa que es la del respeto a los derechos de todos.

Esa sociedad podrá articular, mediante la persuasión y el contagio de lo mejor, una ética pública a la altura de las responsabilidades, deberes y lealtades que nos incumben como miembros de la familia, comunidad, nación y planeta en los que compartimos historia y futuro.

La persistencia del mal en el mundo sugiere que libertad e igualdad son palabras vacías para quienes saben que nadie pedirá cuenta de sus abusos o su indiferencia. Fratelli tutti afirma, por el contrario, que vale la pena arriesgar la seguridad y hasta la vida por los valores que le dan sentido y dirección, que la gran arquitectura de la paz, que compete a los políticos, puede llegar a culminarse si se apoya en la artesanía de la paz a cargo de ciudadanos que se saben hermanos.

Ni la fraternidad ni su versión ilustrada de cosmopolitismo kantiano han tenido desarrollo parejo al de los valores de libertad e igualdad. Hoy se encuentra oscurecida tras un pragmatismo que rescata fronteras y aranceles como instrumentos de poder y enriquecimiento. FRANCISCO no pretendió imponer el Evangelio ni una visión política concreta, sino cuestionar los fundamentos de ese orden social y jurídico e incluir el sufrimiento de los que sufren en el ámbito de nuestra conciencia y nuestros objetivos.

En el contexto de distancia y aislamiento que imponía la protección de la salud, FRANCISCO apeló a la proximidad de la amistad social y a la personalización del espacio para el reconocimiento recíproco en el que se basa la atribución de los derechos. Al modo de las políticas iusgenerativas de Michelmann, el reconocimiento de la fraternidad da paso a una hermenéutica más humana, abre la racionalidad política y económica a la incertidumbre y los riesgos, pero también a la creatividad y la cooperación. En el escenario fragmentado por los intereses locales, ofrece un universo simbólico con el que cimentar un orden supranacional, en el que «ningún ser humano fuera ilegal», garantizado por instituciones internacionales que ahora parecen impensables pero no lo son si cuentan con el apoyo de las fuerzas democráticas de los países privilegiados.

Así, la funcionalidad política de la fraternidad proporciona claves para encarar uno de los grandes retos que afrontan las sociedades avanzadas: conjugar la universalidad de los derechos con la diversidad social. Desaparecido el «yo» surgido en la modernidad y fragmentado en multitud de identidades el sustrato del «demos», solo la conciencia de pertenencia común a la condición humana permitiría transformarlo en un «nosotros», que cuente con el conflicto pero priorice la tensión entre la unidad y todo aquello que hace de cada uno una persona distinta de los demás y una persona como las demás.

Al enfatizar la incondicionalidad de algunos derechos humanos que no pueden depender de los recursos, la fraternidad afirma un núcleo irreductible de la superioridad de la condición humana sobre el ubicuo poder del dinero y su omnipresencia en el mundo.

Finalmente, la apelación a la fraternidad contribuye a preservar la humanidad, amenazada por la violencia, pero también por los avances de la biotecnología y la inteligencia artificial, el agotamiento de los recursos y otros factores que minan nuestra confianza en el mundo-como-lugar-para-nosotros.

Hoy, ante dilemas éticos inéditos, cuando tantas certezas se diluyen, más que nunca necesitamos una sabiduría capaz de responder a las exigencias siempre renovadas de la libertad y las posibilidades humanas. Francisco invocaba la gracia de Dios pero también afirmaba que la sola razón permite establecer las realidades posibles y las aspiraciones razonables que demanda la fraternidad. En algunos pasajes de su gran encíclica, parece justificar el derecho a soñar con otra humanidad. En la lógica de la adquisición acumulativa, sus propuestas parecen ilusorias. Pero no lo son. Suscitan sueños que se parecen a los de la noche, sí, pero que acompañan los esfuerzos del día y sostienen nuestro anhelo de cambio y mejora del mundo.

Consuelo Madrigal Martínez-Pereda. Fiscal de Sala del TS y Académica de número de la RAJyLE