Canela fina
Fui jurado de Eurovisión
«En el festival de Eurovisión España hizo el ridículo, la cantante sobreactuada y algunos directivos prepotentes»
Pues sí. En 1972 fui jurado de Eurovisión. En el certamen de aquel año cada nación participante disponía de dos jurados, hombre y mujer, separados al menos por diez años. Tuve suerte. Mi acompañante fue Emma Cohen, excelente actriz, maoísta desorejada, inteligente y culta, compañera de Fernando Fernán Gómez, durante los últimos años de la vida del más destacado actor español, sucedido ahora por José Sacristán. Nuestro cantante se llamaba Jaime Morey y tenía a nuestra delegación en vilo porque se lanzaba el micrófono de una mano a otra con riesgo de que se le cayera provocando la catástrofe.
Luis Ángel de la Viuda estaba preocupado de que hiciéramos el ridículo. «No es la canción más mala la nuestra, Amanece, hay otra incluso peor». Comprendí la desazón del director de RTVE y discretamente ayudado me puse a trabajar. A jurados e intérpretes nos encerraron en el lóbrego castillo de Edimburgo. Los organizadores del certamen no tuvieron piedad. De forma continua sonaban en todas las estancias las canciones, la mayoría espantosas. Me di cuenta de que el objetivo a conseguir era que Jaime Morey quedara entre los diez primeros. Empleé mi mano izquierda a fondo y, apoyado en el do ut des, conseguimos entre todos el milagro. Jaime Morey, es decir, España, quedó en décimo lugar. Se salvó la imagen y Luis Ángel de la Viuda no cabía en sí de satisfacción.
Gracias a aquella participación directa advertí la importancia que la opinión pública otorgaba al acontecimiento. Massiel y Salomé habían ganado el festival. España, por su calidad musical y por su población, debía quedar al menos entre los diez primeros puestos. Cuando el micrófono de Jaime Morey voló de su mano derecha a su mano izquierda, pensé que todo estaba perdido. Pero no se produjo la catástrofe y España salió airosa de aquel desafío que ganó una luxemburguesa llamada Vicky. Cantó muy bien una canción, Après toi, excelente, por cierto.
Ahora, además de los jurados, cuenta el voto popular que lo complica todo. Y España ha hecho el ridículo. El más completo ridículo. Parte de la culpa la tiene la cantante, que estuvo sobreactuada. La prepotencia insólita de varios de nuestros directivos hizo el resto para que nos quedáramos antepenúltimos, puesto 24 de 26. Y en lugar de callar piadosamente siguieron presumiendo como si las 26 naciones nos tuvieran ojeriza.
Luis María Anson, de la Real Academia Española