Con su permiso

Los GAL y la mentira

A los medios y periodistas «fachas» que fueron críticos con un Sánchez que solo fue a ellos en estado de extrema necesidad, se les acusa de tendenciosos por ejercer la crítica, por preguntar con filo

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IlustraciónPlatónLa Razón

Intenta Elías hacer memoria de lo que sucedió cuando en enero de 1995 el periodista Iñaki Gabilondo le preguntó a Felipe González si había montado los GAL. Era aquella una pregunta incómoda para el entrevistado, pero tenía todo el sentido puesto que se hablaba hacía tiempo de él como el señor X. La pregunta en sí llevaba la carga de la duda y, por lo tanto, la presunción de una sospecha sobre un gravísimo delito. Obviamente, si existiera la certeza de que él no lo había hecho, la pregunta no tendría sentido.

Si hoy Alsina o algún periodista crítico le hubiera preguntado a Sánchez algo parecido, estaría preso o sufriendo escraches a la puerta de su casa.

En esta campaña electoral tan subida de decibelios y tan pobre de contenidos, ha surgido de repente una ola de puritanismo periodístico liderada por políticos, y dócilmente, perrunamente diría yo, adoptada por algunos periodistas o medios de comunicación. Puritanismo a la carta, por precisar.

El ambiente general de banalidad en el que naufraga el debilísimo debate público, ha facilitado que esa ola cobre el brío de un poderoso pulso profesional en el siempre resbaloso territorio del compromiso periodístico. Difícil, estima Elías, para quien no tiene claro cuál es su papel.

Alsina no acusó a Sánchez, ni siquiera implícitamente, de montar un grupo terrorista. Lo que hizo, y que parece ser más ha irritado a cierta izquierda y su muy leal y fiel clá periodística, es tratar de saber por qué mentía tanto. Frente a la grave presunción de uno, la crítica búsqueda de explicación a un hecho cierto del otro. Pero el malo es el segundo.

Obviamente, Elías es de los que aplaudió y aplaudirá toda la vida que se hiciera a quien se hizo la pregunta que formuló Gabilondo a González. En su idea de la libertad de expresión y prensa libre como garantes de la seguridad democrática en un estado de derecho, encaja por definición la idea de una prensa crítica con el poder. Ese es su principal privilegio y su obligación ineludible, la crítica al poder. A todo tipo de poder.

Pero resulta que en este tiempo de cordones sanitarios y barreras al pensamiento no ya crítico, sino distinto, los propios profesionales comprometidos con las exigencias de su oficio, se dejan abducir por el mediocre sectarismo ambiental, caen en manos de intereses políticos muy inferiores a su compromiso, y terminan también dibujando fronteras a la crítica. ¿Dónde? En los límites de su propio pensamiento.

A los medios y periodistas «fachas» que fueron críticos con un Sánchez que sólo fue a ellos en estado de extrema necesidad, se les acusa de tendenciosos por ejercer la crítica, por preguntar con filo, por no conformarse con cualquier respuesta.

A estos que se rasgan las vestiduras porque alguien le hace a uno de los suyos una entrevista incómoda, les ponía Elías a ver sesiones continuas de conversaciones de hombres y mujeres de televisiones anglosajonas con políticos locales para que aprendieran cuál es la obligación de un periodista ante un político. Sea de los tuyos, de los otros, o mediopensionista.

Se pregunta Elías de qué se quejan los periodistas cuando lamentan el descrédito en el que han caído. ¿Cómo van a acreditar calidad cuando se someten a dictados de políticos afines a ellos o su medio? En polémicas tan vanas como esta de las entrevistas a Sánchez o en tertulias en las que algunos llevan el carnet del partido pegado en la frente. Claro que los medios tienen una línea ideológica, pero su compromiso crítico debiera estar por encima de ella.

Que Zapatero, en racha de comunicación electoral en defensa de su partido, exija a los periodistas que le pregunten a Sánchez por lo que le interesa a su campaña, tiene sentido. Son compañeros y está en el manual partidario. Pero que periodistas relevantes salgan a su rueda y defiendan lo mismo con la misma pasión, le resulta a Elías realmente inquietante. Más aún, cuando en plena campaña, la izquierda que dice Sumar está pensando resucitar algo parecido a la ley Fraga que limite lo que considera la labor de periodistas manipuladores, sin precisar muy bien quién y cómo decide lo que es manipular, aunque levantando la sospecha de que la cosa andará por los que vean la realidad de otra forma o se atrevan a criticar sus acciones o postulados incuestionables.

Con Vox tomando posiciones en instituciones en las que no cree, instando desde ellas a la represión cultural y a la censura, y su jefe llamando en público «mohameds» a los inmigrantes, y con una izquierda que a la que se descuida deja salir su vocación censora de pensamiento único, resulta que algunos periodistas, alentados por políticos interesados o por necesidades de grupo empresarial, se permiten debilitar a su propio oficio poniendo en cuestión la crítica porque no coinciden en el ideario de quien la ejerce.

Elías ve claramente que el peligro está en las involuciones de Vox y en las políticas que desde cualquier posición ideológica pretenden poner límites a la información y la crítica. Y ahí es donde debe fijarse el compromiso de los medios y quienes en ellos tienen responsabilidad. Ahí, y no en el navajazo mediático.

A no ser que uno esté claramente de una parte en el oficio. Y entonces quizá debiera pensar en dejarlo. Por el bien de todos.