Cargando...

El ambigú

Gaudium et spes

Francisco ha sido el Pontífice adecuado para un momento de cambio

Hace una semana hacía referencia a la alegría y esperanza de la Resurrección de Cristo desconociendo el inminente fallecimiento del Papa Francisco; ayer fue enterrado, expresión de la fugacidad vital esencial al ser humano. Esta fugacidad vital contrasta con una Iglesia Católica que, con sus más de dos mil años de existencia, ha sabido adaptarse a los tiempos manteniendo intacta su esencia y misión. Ya en 1965, la encíclica Gaudium et Spes -Alegría y Esperanza- del Concilio Vaticano II anunciaba un camino que décadas después recorrería con decisión el Papa Francisco, haciendo hincapié en la apertura al mundo, la preocupación por los pobres y el compromiso social como expresión genuina del Evangelio. Gaudium et Spes afirmaba claramente que la Iglesia debe estar profundamente implicada en los problemas del mundo moderno, no para imponer una ideología política, sino para ofrecer orientación moral y espiritual basada en el mensaje cristiano; en su proemio expresa que: «No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo». Esta visión adelantó aspectos esenciales del pontificado de Francisco, quien ha insistido repetidamente en la cercanía a las periferias, tanto geográficas como existenciales, reflejando así la intención profunda de esta histórica encíclica. Sin embargo, resulta esencial distinguir la verdadera misión de la Iglesia, que trasciende cualquier ideología política. La fe es mucho más profunda y amplia que las coyunturas políticas del momento. Algunos cometen el error de confundir ambas dimensiones, reduciendo la riqueza espiritual y moral de la religión a una mera herramienta ideológica. Es positivo que incluso sectores de la izquierda laica reconozcan y destaquen la figura de Francisco, valorando la relevancia del hecho religioso; ojalá que su ejemplo les sirva también de inspiración. No obstante, el problema surge cuando algunos se empeñan en monopolizar esfuerzos comunes, creyéndose auténticos adanes en lugar de participar en la construcción colectiva del bien común. El Papa Francisco lo expresaba claramente en su exhortación Evangelii Gaudium: «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades». Con esta frase, Francisco expresa una visión profundamente pastoral y humana de la Iglesia, lejos de toda tentación política, centrada únicamente en el servicio auténtico a sus fieles. Cada época tiene el Papa que necesita. Francisco ha sido el Pontífice adecuado para un momento de cambio, acercamiento y renovación profunda. La esperanza ahora reside en un nuevo Papa, elegido en un cónclave donde la concurrencia de sabiduría y discernimiento espiritual es tan intensa que avergonzaría, por comparación, incluso al gobierno civil más competente del mejor de los tiempos. En la futura elección pontificia se deposita la confianza en que el nuevo Papa sabrá responder a las necesidades espirituales y morales de nuestro tiempo, guiando a la Iglesia con firmeza, caridad y sabiduría hacia un horizonte renovado de esperanza y compromiso con la humanidad. La Iglesia Católica es simultáneamente asamblea y jerarquía, una dualidad que, lejos de contraponerse, se complementa y fortalece mutuamente. Como asamblea, reúne a creyentes diversos en torno al mensaje universal de Cristo; como jerarquía, garantiza la continuidad, unidad doctrinal y organización, haciendo posible que, dos mil años después, el cristianismo conserve intacta su vitalidad y presencia global. Esta singular combinación explica la perdurable universalidad de su mensaje, sustentado en una comunidad que vive la fe y una estructura que la guía. En palabras de san Agustín: «Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia», resaltando precisamente esta integración esencial entre comunidad viva y autoridad espiritual.