Tribuna

Gaza y la desolación de Israel

La inhumana bestialidad del ataque del 7 de octubre es obvio que pretendía desencadenar una desenfrenada reacción Israelí que a su vez tuviese las repercusiones internacionales que estamos viendo

Gaza y la desolación de Israel
Gaza y la desolación de IsraelRaúl

«Carthago delenda est», iba machaconamente repitiendo Cicerón al final de cada frase, viniese o no a cuento, de sus brillantes discursos: «Y además creo que Cartago debe ser destruida», haciendo así presente el imperativo estratégico de que no cabían dos aspirantes a hegemones en el Mediterráneo, uno enfrente del otro –la actual Túnez–, en el punto más estrecho del que los romanos consideraban su mar. Finalmente, uno acabaría con el otro, siguiendo las prácticas del Antiguo Oriente: no dejando piedra sobre piedra, para desgracia de los arqueólogos.

Esa fue la inmediata exclamación de Netanyahu ante las aterradoras noticias del 7 de octubre: «Acabaremos con Hamás, cueste lo que cueste». Implícita está, aunque obvia, la axiomática idea de que lo que se juega es la supervivencia de Israel. Se trataba de salvar al país y, políticamente, a sí mismo. Casi cuatro meses después, sigue sin vislumbrase el final de lo que se esperaba que fuese una guerra relámpago. Y no sólo el hecho concluyente, sino el cómo, que tanto tiene que ver con el cese de las hostilidades. La guerra comenzó sin el más mínimo propósito de cómo serían las cosas después, excepto la pretensión de que Hamás no desempeñaría en ello ningún papel. Como muchos dijeron: «a mí que me cuenten cómo va a terminar esto». Se sigue discutiendo planes para después, dentro y fuera de Israel, y lo exterior tiene tanta importancia como lo interno, porque el espectro de una extensión del conflicto a todo el Oriente Medio y al adyacente mundo sigue gravitando sobre los hechos de armas.

Hay otra forma de expansión, que inevitablemente Israel tuvo que afrontar sin que pudiera pasarla por alto, que es la guerra ideológica universal de propaganda, prejuicios y emociones, con la esperanza, casi ilusión, de que la supuesta fugacidad de las contundentes operaciones militares limitaría esa incruenta pero políticamente dañina dimensión bélica. Pero el garrafal error respecto de Hamás concierne también a sus intenciones futuras y a sus capacidades. La inhumana bestialidad del ataque del 7 de octubre es obvio que pretendía desencadenar una desenfrenada reacción Israelí que a su vez tuviese las repercusiones internacionales que estamos viendo. Hamás no sólo no había evolucionado hacia un eficaz gobierno de Gaza, desarrollista, beneficioso para todos sus ciudadanos y, por ende, pacífico, como habilísimamente le había hecho creer al mundo israelí de la política, la inteligencia y la defensa, sino que se mantenía más fiel que nunca a su antijudía, no ya sólo antiisraelí, rabia visceral, de origen religioso, y a los objetivos programáticos de su carta fundacional, de acabar con Israel y tirar a los judíos al mar.

Para ello, y ante la ceguera israelí y con ayuda de Irán se había preparado minuciosamente a lo largo de años, con ese espectacular desarrollo de los túneles y el adoctrinamiento, organización y adiestramiento militar de sus adeptos, entre treinta y cuarenta mil, encuadrados en unidades militares. Yahia Sinwar, el líder en Gaza, veterano de las cárceles israelíes por sus actividades terroristas, en donde aprendió a hablar hebreo y cuya vida fue salvada por Israel mediante la operación de un tumor, diseñó la estrategia de engaño paciente y sistemático a Jerusalén y planificó la atroz pero brillante operación de asalto y el posterior combate contra las fuerzas armadas israelíes que, inexorablemente, se le vendrían encima. Aparte de los túneles, el elemento central de su estrategia consiste en refugiarse entre la población civil, preferentemente mujeres y niños, que no sólo les sirve de escudo y amparo sino, lo que es más importante, hace que los palestinos desempeñen su función de pueblo mártir, que se sacrifica –lo sacrifican– por la causa del Islam, la expulsión de los infieles de Dar al-Islam, la tierra o literalmente la «Casa del Islam», que puede llegar a abarcar a todo lo que alguna vez ha sido tierra islámica, como, por ejemplo, nuestro al-Andalus, al que así se refieren el ISIS o al-Qaeda de bin Laden.

La guerra, todas y siempre, es muerte y destrucción, pero puede ser supervivencia y legítima defensa. Frente a la carga emocional del terrible espectáculo de Gaza tiene poca eficacia traer a colación fenómenos de similar o mayor violencia, así como expulsiones masivas de población –medio millón de afganos por parte de Pakistán en estos mismos días– que el mundo en general y en particular el nuestro occidental, no es que haya contemplado impertérrito, si no que ni siquiera ha llegado a enterarse (el Congo, cinco millones de muertos en los años 90). Pero para entender lo que pasa, un importante elemento a tener en cuenta es la situación emocional de los israelíes. El shock del asalto los sumergió en el mundo de su experiencia histórica, plagada de persecuciones y expulsiones. Y, desde luego, el holocausto nazi, en definitiva partero del estado de Israel, recordado por los tremendos objetivos estatutarios de Hamás y otros movimientos islamistas que tienen a gala recurrir al terrorismo.

Manuel Comaes profesor (jub.) de Mundo Actual. UNED. GEES.