El buen salvaje
El golpe
Aznar, de paso, podría aprovechar para dar el golpe que nunca dio. Ahora sería indultado, amnistiado, aclamado, y hasta tachado de demócrata
De tanto mentar la soga en la casa del ahorcado acabaremos golpeando o siendo golpeados, a la manera de Cela, o de quien lo dijera, cuando exclamó, si es que lo exclamó, que no era lo lo mismo estar jodido que estar jodiendo. Me lo advirtió un colega, visionario y creíble por lo bien que lleva una chaqueta, que es el coraje que me da, me refiero a que lleve bien la chaqueta: se avecina un golpe. Claro, uno piensa en un golpe de calor, pero no.
Dictador o golpe son dos de las palabras que se han unido con fuerza al léxico político de los últimos días. Primero fue contra el Gobierno, y cuando éste se ha dado cuenta de que Pedro Sánchez no puede quedar en el relato de los hechos (de los Apóstoles, sobre todo Judas) como un Nicolás Maduro vestido de Massimo Dutti, pues se ha lanzado a jugar al bumerán; ahora el golpista, como siempre, es el facha, o sea, Aznar, que es la viva imagen del facha, igual que Juan Cuesta es la estampa del presidente de una comunidad de vecinos.
Cuando ayer la ministra portavoz tachó de golpista a Aznar por pedir que la ciudadanía se levantara contra la amnistía a unos delincuentes, quedaron todas las dudas resueltas. Pues estaba atacando en la defensa. Deberíamos entender, digo yo, que, efectivamente, Pedro Sánchez quiere un golpe por detrás, un golpe-golpe, un golpe de Paul Newman, que para eso es guapo, de los que hay que tener, comerse, tocarse, muchos huevos. ¡Hasta cincuenta! («La leyenda del indomable», 1967)
Aznar, de paso, podría aprovechar para dar el golpe que nunca dio. Ahora sería indultado, amnistiado, aclamado, y hasta tachado de demócrata. Estamos, pues, ante la dictadura del electorado. España ha votado, queriendo, sin querer, o, lo que es más probable, importándole un pimiento, a favor de una asonada elegante. Creíamos que el golpe era por el flanco derecho y resulta que puede ser por el izquierdo. Cosas de periodistas. Desde que no se puede beber en las redacciones, se drogan en las columnas.
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