Tribuna
Herida democracia en el planeta: EEUU
Cuando tiembla el gigante las olas de sus convulsiones alcanzan cada orilla del planeta, pero hemos de renovarnos para salvar nuestro mundo libre, ¿independiente?
Mensajes de urgencia y gravedad extrema se extienden por el planeta acerca de la democracia en América. Desde el Multinational Institute of American Studies (MIAS), el célebre programa Fullbright para profesores, del que fui miembro en New York University, convocan a todos los universitarios invitados a EE. UU. para elaborar un común escrito y editar un libro sobre la situación que se percibe en nuestros respectivos países de sus valores, instituciones y política.
Nuestra mirada ha cambiado mucho. En anteriores décadas se contemplaba el emblema norteamericano como un imperio de libertades contrapuesto al comunismo, al bloque soviético y chino, imperio propagador de la democracia y sus valores, a veces con hipócritas políticas exteriores en algunas naciones de América, África o Asia, apoyando a dictadores según particulares intereses geoestratégicos, políticos o económicos.
Con Trump como presidente cambió. No reconocer que perdió, la sucesión de Biden y conflictos institucionales, el violento asalto al Congreso, etc., unido a la victoria en las últimas elecciones solo han empeorado la visión de la «modélica» democracia norteamericana. Si ya había reticencias en muchos países europeos en las décadas precedentes, ahora muy pocos confían en la bandera de barras y estrellas como enseña de libertad.
Desde España se percibe mayoritariamente como una oligarquía con solo dos opciones para votar en donde los magnates se disputan las elecciones. Cuando el malogrado Musk intenta formar un tercer partido después de su ruptura con Trump, este presidente de los EE. UU. señala que nunca funcionó allí más que el sistema bipartidista. Ni Roosevelt, James Buckley, Ross Perot o Gary Johnson pudieron romper ese bipartidismo que Musk considera no democrático: «un mismo sistema formado por dos partidos, de corrupción y gran derroche, no una verdadera democracia».
Aunque algunos parlamentos han sobrevivido a los tiempos desde el siglo X (Islandia y Man), el ideal del gobierno del pueblo que nos llega desde la Grecia de Pericles a menudo degenera. Durante el siglo XX cristalizó simbólicamente sobre todo en Estados Unidos de América. El sufragio universal, que hoy consideramos normal, se estableció ya en las Trece Colonias de América del Norte, inicialmente solo para hombres blancos, luego para todos.
Es ahora cuando se está produciendo una enorme crisis de fiabilidad, al contemplar cómo se intentan reventar las instituciones, cuando la división de poderes para evitar abusos proclamada por Montesquieu y el análisis de Tocqueville sobre los americanos parecen difuminarse o deshacerse.
Votar una vez cada cuatro años solo entre dos opciones no significa necesariamente que el gobierno sea del pueblo y para el pueblo. La democracia representativa (partitocracia) está en crisis, muy a menudo movida por evidentes intereses económicos, donde republicanos o demócratas se disputan o reparten el poder.
El declive general de las clases medias en Occidente ha generado una gran insatisfacción popular, no solo en América. La apariencia democrática no esconde ese híbrido entre oligarquía-partitocracia desde Argentina a Taiwán, desde Corea del Sur a Sudáfrica o Canadá, pasando por Francia, Italia, Alemania o España: hay en general una enorme desconfianza en nuestros supuestos representantes, sean de una ideología u otra. El derrumbe de la actual Grecia, el evidente declive institucional, social y económico de países que parecían portar el símbolo de la democracia en el modo más eminente es patente. Reino Unido se promueve ampliar el voto a los jóvenes de dieciséis años, quienes fueran menores de edad, para eliminar la abulia ante una especie de tiranía suave y camuflada por medio de partidos que se alternan, dejando intacto lo peor del sistema, sin mejoras notables para el pueblo al que pretenden representar y suplantan.
Ante el avance de los extremismos, de izquierda o derecha, y la ineficiencia de los partidos tradicionales y hegemónicos, se muestran los peligros de que figuras populistas como Trump lleguen al poder con tendencias más tiránicas para lograr la eficiencia. No deja de ser llamativo que en EE. UU. el más rico del mundo, Musk, y Trump, otro multimillonario, se disputen ahora el poder. La oligarquía resulta en EE. UU. pornografía política: la máscara cayó. Un porcentaje cada vez más amplio de la población no se siente representada por los partidos hegemónicos, la fe en el sistema se ha roto no solo por la corrupción, sino sobre todo por su ineficacia.
Para frenar este general deterioro y no acabar en sistemas puramente oligárquicos sería necesario replantear los modelos institucionales en la mayor parte de las democracias de nuestro planeta. Los políticos han de ser representantes verdaderos del pueblo y no tanto de sus partidos, escogiendo a los más preparados y adecuados para ser eficientes. Los pueblos, más que palabras, quieren, necesitan hechos.
La última cumbre de la OTAN evidencia la gran fuerza que sigue teniendo EE. UU. entre sus aliados, amenazándolos con represalias y aranceles. Cuando tiembla el gigante las olas de sus convulsiones alcanzan cada orilla del planeta, pero hemos de renovarnos para salvar nuestro mundo libre, ¿independiente?
Ilia Galán Díezes Catedrático en Humanidades de la Universidad Carlos III de Madrid, Profesor Invitado en la Universidad de Harvard (2025), autor de Homo o cyborg politicus: nueva e-política (Evolución de las tecnodemocracias en la cuarta revolución)