Tribuna
De la hipocresía al cinismo
El proceso de eliminar la hipocresía del tipo de intervenciones militares que comenzaron a partir del 11 de septiembre del 2001 -y culminaron con Obama- corre el riesgo de remplazarla por un cinismo aún peor al intentar emplear la fuerza sin reglas ni limitaciones
Qué difícil es ser soldado de la democracia. Cuántos problemas surgen cuando se quiere sustituir el sable por una navaja cabritera. Pero los problemas éticos no proceden directamente del sistema político democrático sino más bien del tipo de guerras en que las naciones con este credo nos hemos visto involucradas últimamente. Tras las carnicerías de las dos Guerras mundiales y el bien intencionado, pero ingenuo, propósito de las Naciones Unidas de prohibir las guerras de agresión y con unas armas nucleares capaces de acabar con nuestra civilización, los conflictos entre las grandes potencias se transformaron en indirectos. Raro es ver ejércitos regulares enfrentados entre sí hoy en día pero abundan en cambio las guerras irregulares e hibridas que se desarrollan en lo profundo de la población civil a la que, teóricamente, se quiere atraer ideológicamente. En la práctica, es el terror el procedimiento más utilizado por ambos bandos. Empezó así una deriva de la ética militar occidental clásica hacia aceptar un cierto grado de hipocresía pretendiendo compaginar democracia patria con la necesidad de vencer a insurgentes que no tienen freno ético alguno para imponerse en unos conflictos que básicamente se materializan en el entorno civil. Y como estas salvajadas, amplificadas por los modernos medios de transmitir noticias, suelen ser efectivas, algunos militares occidentales –singularmente los de Operaciones Especiales- empezaron a abandonar la anterior ética de guerra entre caballeros para imitar la de sus oscuros contrincantes. Pero la hipocresía en el empleo de la fuerza siempre abre la puerta al cinismo y en ningún sitio es esto último más evidente que en los EEUU donde sus militares últimamente están siendo presionados para cambiar su moral de combate. Y solo una pequeña advertencia semántica: la hipocresía no debería confundirse con el secreto intrínseco a las operaciones ni el cinismo es sinónimo de la dureza propia de los enfrentamientos militares.
El presidente Obama –prematuro premio Nobel de la paz– empezó a utilizar sistemática y masivamente fuerzas especiales y drones en los teatros de guerra de Oriente Medio en que los norteamericanos estaban involucrados. Recuerdo que en público, exprese mi creencia de que esto podría llegar a ser contraproducente, no por la deriva ética que en aquellos tiempos no intuía nítidamente, sino más bien porque al ser instrumentos relativamente baratos podrían ser copiados algún día por nuestros adversarios. Pero drones y fuerzas especiales tienen una característica que los hacía irresistibles para Obama: la posibilidad de negar su autoría. Y a partir de esto empezó a ser la hipocresía en la aplicación de la fuerza militar un factor determinante en las intervenciones occidentales. Mientras se proclamaban a los cuatro vientos los intentos de implantar la democracia en aquellos países árabes atrasados y se empujaba a los aliados a ganar corazones y mentes y a reconstruir lo arrasado, la parte esencial del enfrentamiento seguía desarrollándose imitando peligrosamente las tácticas terroristas de nuestros enemigos; primordialmente por algunas unidades de Operaciones Especiales. Tras el paréntesis de Trump I y Biden, la actual administración está sustituyendo los excesos de aquella hipocresía por un cinismo sin límites que ha empezado por cambiar la denominación militar de Defensa por la de Guerra ¿Qué guerra es esta que ahora está en la mira de Trump? ¿Prepararse para un conflicto nuclear contra Rusia y China? ¿Invadir Groenlandia? O quizás destruir lanchas de narcotraficantes sin tratar de detenerlos y juzgarlos antes. O someter a las ciudades y Estados norteamericanos gobernados por los demócratas a bayoneta calada. El delirante discurso del Sr. Trump en Quantico del pasado martes parecía desconocer que ya desde los lejanos tiempos del Imperio, las legiones no deben cruzar el Rubicón sin el permiso del Senado y yo añadiría la comprensión del pueblo –no únicamente de algunos ciudadanos– de Roma. A las palabras de Trump siguió el machismo infantil –pero peligroso– del Secretario de «Guerra» Hegseth que parecía inspirado más en la película «300» que en el objetivo de movilizar a la mayoría de la población norteamericana para apoyar su seguridad. Este falso espartano y su Emperador en jefe no parecen comprender que las dimensiones del conflicto al que nos podemos ver abocados hace preferible la «Defensa» a la «Guerra» y que en democracia el ejército no se debe utilizar contra tu pueblo.
El proceso de eliminar la hipocresía del tipo de intervenciones militares que comenzaron a partir del 11 de septiembre del 2001 -y culminaron con Obama- corre el riesgo de remplazarla por un cinismo aún peor al intentar emplear la fuerza sin reglas ni limitaciones contra los más débiles –incluidos los propios– que deberían aceptar sufrir por el mero hecho de serlo. Se borraría así el esfuerzo –especialmente occidental– para someter el terrible fenómeno de la guerra a ciertas reglas universales que lo hagan menos traumático. Creo que los norteamericanos deberían mandar a Trump y Hegseth a clase de Historia antes de que empiecen a aumentar sus imitadores en gobiernos y ejércitos de otras naciones teóricamente democráticas.
Ángel Tafalla. Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante ( r )