Aunque moleste
Las horas más bajas de Erdogan
El terrible terremoto ha puesto fin a una preocupante escalada de desencuentros entre Washington y Ankara
Recep Tayyip Erdogan va camino de los 20 años en el poder en Turquía, primero como primer ministro y desde 2013 como presidente. El país entraba ya en la carrera de las elecciones presidenciales para renovar al actual jefe del Estado, cuando el terrible terremoto del 6 de marzo golpeó con magnitud 7,8 de Richter a diez de las provincias donde Erdogan tiene su principal granero de votos. A día de hoy, con 33 mil muertos contabilizados y una previsión que sitúa los heridos en 100 mil, parece que los comicios pueden ser retrasados, lo que agitará el enfrentamiento de la oposición contra el islamista AKP, partido del erdoganismo gobernante.
Turquía es un país transcontinental con una importancia estratégica fuera de lo común, localizado entre tres mares, vecino de la UE, Rusia, Asia y los países petroleros de la ex URSS, aliado de la OTAN y eterno aspirante a ingresar en la UE, a cuyas puertas viene llamando desde 1963, seis años después del nacimiento del Tratado de Roma. Bruselas ha ido dando largas a Ankara por la resistencia de parte de sus miembros a la entrada en el Club de un país musulmán casi tan grande como Alemania, pese a su incuestionable «laicismo» desde que Ataturk abolió la «sharia» en 1924.
Los reiterados portazos de la UE llevaron a Erdogan a navegar en la heterodoxia estratégica, manteniendo su tradicional alianza con la OTAN, pero estrechando lazos con Rusia y los BRICS, China, India y Brasil, a los que pidió formalmente su adhesión. Tanto es así, que en los últimos tiempos Turquía se había convertido en un socio incómodo para Washington, primero por el acercamiento a los BRICS, pero sobre todo por la decisión de incumplir los mandatos de sanciones occidentales a Rusia por la guerra de Ucrania, conflicto en el que ha querido mantenerse neutral.
No sólo eso. Erdogan ha irritado al extremo a Biden al vetar el ingreso de Suecia en la Alianza Atlántica, y también por sus iniciativas como mediador entre Moscú y Kiev en la crisis de los fertilizantes y en las negociaciones para la paz, al margen de Washington.
El deterioro de la relación llegó a tal extremo que el subsecretario del Tesoro USA para Terrorismo e Inteligencia Financiera, Brian E. Nelson, se desplazó a Ankara el pasado 2 de marzo para advertir al régimen turco sobre la exportación a Rusia de productos químicos, microchips e insumos para la guerra. Nelson dijo que se castigaría a las empresas o bancos turcos que contravengan las sanciones, con pérdida de acceso a los mercados del G7. Días antes, nueve países occidentales, alertados por Washington, habían retirado el personal de sus consulados en Turquía por temor a «un atentado». El ministro del Interior turco, Suleymán Soylu, mandó después un mensaje duro e inesperado al embajador USA: «Quiten sus sucias manos de Turquía», en traducción textual de la agencia turca Anadolu.
El terrible terremoto del lunes 6 puso fin a una escalada de desencuentros cuyo fin era imprevisible. USA y la UE han echado el resto en ayudar a Turquía. El caos en las tareas de rescate sitúa hoy por los suelos la imagen de Erdogan, que pasa por las horas más bajas de sus 20 años de mandato.
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