
Biblioteca Harley-Davidson
Humor barcelonés
Eran catalanes que escribían en castellano. Su característica era la informalidad y un sentido del humor gamberro que derribaba ídolos de todo signo
Que le hayan dado el Princesa de Asturias a Eduardo Mendoza ofrece la excusa perfecta para revisar a vista de pájaro aquel momento de la década de los setenta en que debutó. Sospecho que, del mismo modo en que se detectó muchos años después la existencia de una generación de periodistas catalanes de muy buena página de la segunda década del siglo veinte (Pla, Gaziel, Xammar, Josep Maria Planes), en el futuro se detectará también una generación de escritores barceloneses, criados en los 70, que usaban un constante humor iconoclasta como elemento constructivo.
Sé que existieron porque crecí leyendo sus páginas. Eran entonces jóvenes emborronacuartillas que publicaban donde podían y yo apenas un adolescente que los leía. Me hicieron pasar muy buenos ratos. Eran catalanes que escribían en castellano. Su característica era la informalidad y un sentido del humor gamberro que derribaba ídolos de todo signo. Nunca se ponían estupendos ni inflaban la pechera, pero se notaba que existía en ellos una segura preocupación formal, la cual intentaban aligerar tiñéndola de ironía. Es decir, que todos intentaban escribir bien, no desaliñadamente. Sus nombres eran Eduardo Mendoza, Ignacio Vidal-Folch, Ramón de España, etc. Eran un poco mayores que yo y siempre he pensado que su manera de tratar la ironía con trilita marcó para siempre mi manera de mirar el mundo y seguro que la de muchos otros jóvenes de la época. Dada su amenidad y talento, no tardaron en ser cortejados por los centros de poder, no solo barceloneses. Pero, por su innata y rabiosa independencia, todos ellos, de diversas maneras, se fueron encontrando suavemente centrifugados de esos núcleos.
No saben lo que han hecho dándole ese premio a Mendoza. Porque quizá cualquier día las nuevas generaciones descubran esa época. Y entonces, los sacudidores de banderas y los charlatanes de feria, disfrazados de grandes manitús, ya pueden de nuevo ponerse a temblar.
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