El canto del cuco
Jabalíes en la urbanización
A medida que el hombre destroza y se aleja de la Naturaleza, la Naturaleza se amansa y viene a nuestro encuentro a hacer las paces
No se oyó ladrar a ningún perro en la urbanización. Sólo el rumor sordo de los coches en la carretera de La Coruña y el ruido lejano de los trenes en la madrugada alteraron la serena noche de otoño. Ni un grito, ni una voz de alarma de un vecino trasnochador o desvelado, ni la sirena de un coche patrulla de la Policía Municipal, nada. Y, sin embargo, cuando amaneció descubrimos todos el destrozo. El cuidado césped aparecía levantado, hozado, destruido. Hasta los arriates de flores recién plantadas junto a la parada del autobús estaban destrozados. En la tierra húmeda quedaban bien visibles las huellas de las pezuñas de los jabalíes.
La piara había llegado sigilosamente de madrugada en busca de agua y alimentos –raíces, gusarapos...– hasta la misma puerta de las casas. Era fácil imaginárselos irrumpiendo a trote cochinero desde el encinar y enseñoreándose con su colmillo amenazante del territorio que un día fue suyo. Lo mismo hacen, de forma estable y descarada, las palomas salvajes, expulsadas del monte a golpe de ladrillo, que han recuperado su espacio antiguo y, amansadas, comparten ahora su vida con los humanos. Los tres elementos característicos de la vida actual en la urbanización son los móviles, los perros y las torcaces. Los móviles encadenan a los individuos, los perros van encadenados y las palomas, aún libres, pregonan sus amores por árboles y tejados.
Mientras tanto, desaparecen los gorriones, las aves más cercanas, familiares y universales, que están quedándose sin hábitat, una pérdida irreparable, una señal de alarma. Los gorriones viven en unidades jerárquicas; el líder del bando es el que luce la mancha negra más grande, pero no les sirve de nada. En las ciudades no tienen dónde anidar, y nadie pone remedio. Por el contrario, las urracas, antes huidizas, se acomodan a los nuevos tiempos. Anidan en los árboles de la calle –el nido de las urracas es una fantástica obra de ingeniería con techumbre y todo–, se enseñorean de las antenas de televisión con su raca-raca particular y, luciendo su impecable frac –alguien ha dicho que «las urracas tienen conciencia de sí mismas»– y andando a saltitos, te las puedes encontrar, en busca de cualquier desperdicio u objeto brillante, en la misma puerta de tu casa. Como los jabalíes.
En resumidas cuentas, los animales salvajes están perdiendo el miedo al ser humano. A medida que el hombre destroza y se aleja de la Naturaleza, la Naturaleza se amansa y viene a nuestro encuentro a hacer las paces. Aunque de vez en cuando nos destroce el jardín.