Editorial
Ley del miedo para cerrar filas en el PSOE
El despotismo ejerce también la coerción como intimidación frente a lo que teme. Sánchez necesitará a todos los diputados del PSOE para ser investido y es posible que más de uno se lo esté pensando
No brilla nuestro sistema de partidos en la devoción por el debate interno y el respeto a las minorías. La partitocracia rampante ha envilecido ese microcosmos especial que fue siempre la vida interior de las organizaciones partidarias en nuestra democracia. Por regla general, la desconfianza de la dirección prima y los versos libres que han danzado sobre ese orden inquebrantable han sido abordados como objetos tan extraños como molestos. Esta debe ser la premisa de base para abordar lo que ha quedado del PSOE tras pasar Pedro Sánchez la guadaña ideológica, orgánica e incluso en las relaciones personales. Estamos ante otra cosa. Un fenómeno singular al menos en lo que entendemos como democracias homologadas. Cuando se normaliza que la verdad es la mentira y la mentira es la verdad oficial, cualquier circunstancia que se nos pase por la cabeza es factible. Y eso es lo que el secretario general del PSOE ha inoculado como savia tóxica en las estructuras de su criatura. Con éxito personal, como es de justicia reconocerlo. Sus primeros pasos en el liderazgo, que fueron una vendetta por los sucesos del comité federal cruento de 2016, marcaron con rotundidad el espíritu y el talante de su mandato. Acabó por las bravas con todos los contrapesos del partido, sometió los órganos dirigentes a su voluntad y en consecuencia laminó todo espacio para la contestación, desavenencia y mero desencuentro o reparo con las posiciones oficiales de la Secretaría General. Desde entonces y hasta ahora, más allá de mantener la mascarada de las primarias en las que no gana un aspirante que no tenga el plácet oficial, el PSOE es un ente a imagen y semejanza del líder, con una ortodoxia y una disciplina firmes, equiparables en buena medida a las formas y los modos que modelan los sistemas de partido único. De eso dan fe los cadáveres políticos de los escasos militantes que se han desmarcado con rotundidad de las órdenes de Moncloa. El último de todos, Nicolás Redondo Terreros, figura emblemática del socialismo heroico de los años del plomo vascos, de los que prácticamente ninguna de las manos ejecutoras de su expulsión sumaria conocen algo ni quieren. Se ha alcanzado tal grado de desconexión sobre la responsabilidad y la institucionalidad, se ha confundido tanto la voluntad del líder con el bien del colectivo, que ni siquiera se ha respetado el reglamento ni los procedimientos en la purga de Redondo Terreros en un partido irreconocible que se empeña a diario en distanciarse de los fundamentos democráticos. Una sola ley regula la vida interna y es la del miedo, que la nomenclatura aplica sobre cargos y militancia para que abracen con naturalidad que el pensamiento grupal es el de Sánchez. Pero el despotismo ejerce también la coerción como intimidación frente a lo que teme. Sánchez necesitará a todos los diputados del PSOE para ser investido y es posible que más de uno se lo esté pensando.
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