
Tribuna
Un llamamiento a la coherencia energética: entre la seguridad y la integración
La diversificación y la autonomía energética son claves para garantizar un suministro estable, competitivo y libre de presiones externas


El reciente apagón del 28 de abril que dejó a millones de hogares y empresas en España sin suministro eléctrico durante varias horas, ha sido un recordatorio contundente de las consecuencias de una política energética incoherente, desordenada y subordinada a intereses ideológicos y económicos. En un país como el nuestro, con potencial para tener plena autonomía energética y, si fuese oportuno, también con músculo de sobra para liderar una política energética equilibrada, estos episodios no deberían ocurrir. Y, sin embargo, ocurren.
Resulta especialmente irónico observar cómo Teresa Ribera, quien desde su puesto como ministra impulsó el cierre progresivo de nuestras centrales nucleares –una fuente de energía limpia, estable y estratégica–, ahora defienda en Bruselas la inversión en energía nuclear… pero para otros países como Bélgica. Más paradójico aún resulta que, bajo su mandato, se hayan destruido campos de cultivo con olivos centenarios para instalar placas solares, mientras existen miles de hectáreas baldías sin valor agrícola alguno repartidas por toda España. Esta contradicción no es anecdótica: es sintomática de una visión política que carece de coherencia y que, por desgracia, ha colocado a España en una posición de creciente vulnerabilidad energética y de caso de estudio a nivel internacional de cómo las políticas públicas ideológicas causan estragos. En definitiva, un despropósito para la marca España.
La actual ministra para la Transición Ecológica, Sara Aagesen, ha seguido esta línea de apostar de forma casi exclusiva por las energías renovables, sin ofrecer el respaldo necesario de tecnologías de base como las nucleares o las centrales de ciclo combinado. Aunque las energías renovables deben ocupar un lugar central en nuestro mix energético, es irresponsable pensar que por sí solas pueden garantizar la estabilidad del sistema eléctrico. La intermitencia del sol y del viento exige contar con fuentes de respaldo constantes que puedan activarse de inmediato cuando las condiciones lo requieran.
Desde la Delegación española en el Grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) en el Parlamento Europeo, defendemos con claridad que cada Estado miembro debe tener la libertad de diseñar su propio mix energético, atendiendo a sus características geográficas, recursos disponibles y necesidades industriales. No creemos en soluciones únicas impuestas desde Bruselas, ni en planes de descarbonización que ignoran las realidades locales o que se convierten en herramientas de penalización o, mejor dicho, de recaudación fiscal. Apostamos, en cambio, por una política energética ordenada, realista, basada en la innovación tecnológica y que, siempre y en todo caso, atienda a las necesidades reales de las familias y empresas.
La diversificación y la autonomía energética son claves para garantizar un suministro estable, competitivo y libre de presiones externas. No se trata únicamente de alcanzar objetivos climáticos, sino de asegurar que nuestras industrias puedan seguir produciendo, que nuestras familias no vean incrementadas sus facturas y que no dependamos del gas argelino, del uranio francés o de las baterías chinas.
Al mismo tiempo, no renunciamos a una visión europeísta de la política energética. Una Europa interconectada, con autopistas eléctricas que permitan el flujo ágil y eficiente de energía entre Estados miembros, puede y debe ser parte de la solución. Esta integración energética no sólo contribuiría a reducir costes y a reforzar la seguridad del suministro, sino que fortalecería la competitividad de nuestra industria. Imaginemos una Europa donde el excedente solar de España alimente la industria alemana en verano, y donde los excedentes eólicos del norte beneficien a las regiones del sur durante el invierno. Ese es el horizonte hacia el que debemos caminar.
Ahora bien, esta integración no debe confundirse con una dependencia estructural. Que España pueda beneficiarse de dar o recibir energía de otros socios europeos es perfectamente compatible con mantener una política nacional que priorice nuestra seguridad energética. Esta seguridad –entendida como la capacidad de garantizar el suministro sin depender de factores externos o de decisiones ajenas– es un elemento esencial de nuestra soberanía. No hay verdadera soberanía política, industrial ni tecnológica si no existe soberanía energética.
España tiene todo lo necesario para liderar el camino hacia un modelo energético equilibrado: tenemos sol, viento, mar, capacidad tecnológica y capital humano. Pero también tenemos un legado de infraestructuras que no puede ser abandonado sin antes garantizar alternativas viables.
El apagón del 28 de abril es, por tanto, un toque de atención que no debemos ignorar. Nos recuerda que el dogmatismo climático, cuando se impone por encima del sentido común, acaba perjudicando a quienes dice proteger. Es hora de abandonar las consignas ideológicas y apostar por un enfoque energético pragmático y coherente, que garantice la seguridad del suministro, salvaguarde nuestro interés nacional y beneficie a todos.
En energía, como en política, la coherencia y el sentido común no son lujos: son una necesidad. Y España, si quiere mantenerse como un país competitivo, seguro y justo, necesita recuperar urgentemente estos elementos de buen gobierno.
Diego Solier es eurodiputado del Grupo ECR en el Parlamento Europeo. Miembro del Comité ITRE.
✕
Accede a tu cuenta para comentar