Aunque moleste

Macron y el honor de Francia

Resuenan las críticas a los irrespetuosos episodios de la ceremonia de los Juegos

Pese a los días transcurridos, aún resuenan los ecos de la propaganda ideológica que emponzoñó la ceremonia de inauguración de los Juegos de París, en la que brilló el feísmo antiestético por encima del deporte. Se nos hurtó el tradicional desfile de los atletas con sus abanderados, postergados a la categoría de subalternos embarcados río arriba, bajo un aguacero premonitorio. Se nos hurtó lo más importante de un acontecimiento deportivo, que son sus actores olímpicos, a cambio de unas imágenes con las que se supone que el falso centrista Emmanuelle Macron quería epatar al mundo. Y vaya si lo logró. Aún se escuchan las críticas, no sólo del cristianismo y el catolicismo, sino hasta de la iglesia ortodoxa, el islam e incluso los chinos, solidarizados con los millones de personas que en todo el orbe se sintieron insultadas por una parodia grosera de la civilización occidental. La «macronería» en su esplendor woke, mefistofélico y profanador de Europa, travestido de cultura de la cancelación, enterrador de una cristiandad suplantada en la tramoya olímpica por una masonada propia de Thomas Jolly, director de teatro queer, especializado en mal gusto, que se burló de Jesucristo con una última cena de apostolado drag-queen. Claro que ni se les ocurrió mofarse de Mahoma, no fuera ser que el engendro transformista incomodase a la creciente población musulmana de Europa, algo que Macron no hubiera permitido. Sí que permitió, y abusó, de las imágenes con adultos semidesnudos del colectivo body-positive bailando con niños, mucha propaganda del aborto libre, el idolátrico becerro dorado de Baal, manifestaciones sin fin del sumidero pan-cultural, y el momento estelar del jinete pálido, que algunos identifican con el caballero blanco del Apocalipsis, guiando a las naciones hacia el obituario. Sin olvidar la exaltación de los crímenes de la Comuna con performance «gore» de la revolución masona, centrada en la desagradable escena de María Antonieta decapitada en Versalles, con el Palacio chorreando sangre reciente.

Claro que tampoco ha abundado la crítica en la Europa bien-pensante de Sánchez y Von der Leyen. No se nos vaya a caer al suelo el mito la Francia edén de la multiculturalidad. Pese a lo cual, circulan estos días los consejos que el colectivo feminista Némesis traslada a las turistas que visitan el París olímpico: «no salgas sola por la noche, y si lo haces lleva siempre un pequeño spray de pimienta y mantenlo en tu bolsillo; ten mucho cuidado en el Cham de Mars, le Champs de Elysees, la rue Rivoli, la Basílica de Saint Denis y el Chatelet Lesa Halles, paraíso de carteristas y violadores; evita sacar tu teléfono y joyas a la calle; lleva zapatos deportivos de cambio con los que puedas correr si sales con tacones; y no uses nunca auriculares para estar atenta al entorno».

Parecería Caracas, pero es el París de la grandeur macrona, sin posibilidad de que vuelva De Gaulle para salvar otra vez el honor perdido de Francia, como ya hiciera el general no solo frente al nazismo, sino ante americanos e ingleses en la OTAN, bloqueando a los británicos en la CE, rechazando las bases militares USA, la apropiación de Normandía y convirtiendo a su país en potencia nuclear. Un legado abrumador dilapidado por la estética albañal de la macronería queer.