Apuntes

Más lamborghinis y menos autobuses

Se empieza criticando a los malvados ricos y se acaba gobernando sin Legislativo ni Judicial.

La pregunta es sencilla. ¿Qué prefiere usted? Un país lleno de tipos con pasta llenando las calles y carreteras de lamborghinis o un país lleno de pringaos con el salario mínimo, que no llegan a fin de mes y a los que hay que subvencionarles el autobús y el metro, darles «paguitas» sociales y proporcionarles piso lo más lejos posible del barrio de Salamanca. Porque detrás del pringao, al que Almeida y Ribera pretenden quitarle hasta la esperanza de tener un utilitario de tercera mano, hay un ingente gasto de dinero público que apenas llega para malvivir, pero detrás de los lamborghinis se configura un yacimiento de ingresos fiscales que ríete tú de los campos petroleros saudies.

Además, en cuanto los compañeros descubran de nuevo lo bien que sienta el color rojo, pasará como con la lubina en los primeros tiempos del felipismo y el «colócanos a todos», que estuvo a punto de llevar a la extinción el dichoso pez y entre los cargos socialistas y los de la UGT se acuñó en la hostelería la expresión «amilubina», que anticipaba una gloria de factura, bien cargadita de iva y siempre pagada con dinero público. Entre que se pasó la moda y la acuicultura se puso las pilas, ahora los de siempre podemos acceder a la lubina salvaje sin necesidad de peregrinar a la costa norte de Portugal. Además, el Lamborghini lo fabrica la Volkswagen, que tiene un montón de plantas en España, con lo que la multiplicación de los ricos y de los cargos socialistas aseguraría unas líneas de producción masivas con miles y miles de puestos de trabajo directos, de esos que pagan IRPF como si no hubiera un mañana, y de mecánicos con bata blanca estetoscopio electrónico y medidor de impulsos, que no sabes si has entrado en un taller o estás en la sala de máquinas del «Enterprise» de Star Trek. Y, oiga, qué facturas más hermosas, qué porcentajes de iva, qué tasas municipales, qué impuestos a la circulación... Pasta suficiente para que hasta María Jesús Montero salivase al tiempo que tira de neolengua para explicarle (o no) a García Page el cupo catalán.

Porque esa es otra. Mientras Sánchez, que, al parecer, no distingue un Lamborghini de un Maserati, se dedica a tirar pellizcos de monja a Isabel Díaz Ayuso, que venía curtida de serie, nos prepara un nuevo arreón fiscal que no nos va a dejar ni para un Tesla de 40.000 euros –tan ecológico y amigo del planeta–, cómo para aspirar a lamborghinis. Luego, está la idea qué tiene Sánchez de lo que es un rico, que se resume en aquel individuo que no necesita ayudas del Estado para salir adelante, crear una familia y pasar quince días en Benidorm. Es decir, un facha de cuidado al que hay que exprimir a impuestos y, además, azuzarle el rencor social. Porque se empieza criticando a los lamborghinis y se acaba gobernando sin Poder Legislativo ni Judicial, que ya se sabe que son un engorro para el mejor gobierno de la democracia, ese que tiene ministros como Urtasun, experto sexador de bueyes.

La cosa tiene mala pinta, con el PSOE y los partidos nacionalistas representando el chiste del paciente y el dentista –¿verdad que no nos vamos a hacer daño, doctor?–, lo que augura una larga legislatura de esas que se nos van a hacer eternas. Se puede echar la culpa a Feijóo, como hacen los articulistas de derechas, pero sólo nos llevaría a la melancolía. Lo mejor, créanme, es ir apartando un poquito de dinero al mes, para los chicos de Hacienda.