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El reto queda patente y pasa, sin duda, por acercar a los jóvenes a la política y a los políticos a los jóvenes
Si a usted le preguntaran si cree que los jóvenes son el futuro de un país, no solo no dudaría en contestar que sí, que por supuesto que lo son, sino que añadiría, aunque solo fuera mentalmente, que menuda obviedad acaban de plantearle. Sin embargo, contradicciones de la naturaleza humana, hay países que actúan, es decir, gestionan y legislan, al margen de su juventud, de todos aquellos ciudadanos llamados a sostener el mañana. Y, oh sorpresa, España es uno de ellos. La semana pasada se presentó en el Congreso de los Diputados la macroencuesta realizada por la plataforma «España Mejor», fundada por la abogada internacional Miriam González, que recoge las inquietudes y aspiraciones de jóvenes españoles de entre 18 y 35 años. Ya han participado más de 10.000 (el sondeo aspira a llegar a los 50.000) y sus respuestas retratan con nitidez a unas generaciones marcadas por la desconfianza hacia sus mayores y sus gobernantes: nada extraño, por otra parte, si tenemos en cuenta que España lidera el ranking de paro juvenil de la UE y que la tasa de emancipación está estancada en el 15,9 por ciento.
«Millennials» y «Z» se sinceran en el cuestionario y, además de reconocer las complejidades económicas y sociales que les rodean y la excesiva polarización política en la que crecen, perciben que la sociedad no confía en sus capacidades: el 82 por ciento señala que el mercado laboral no valora su formación, el 81 cree que la opinión sobre ellos es que no están preparados y hasta el 76 por ciento está convencido de que los demás piensan que no quieren trabajar. Y esto es un tremendo toque de atención para todos. Una brecha intergeneracional que se abre y corre el riesgo de agrandarse hasta romper los equilibrios imprescindibles para la convivencia si no se superan tópicos de «ninis» y apatías vitales y, sobre todo, si no se impone la certeza de los datos: por eso hay que escuchar a los jóvenes.
Y si escuchamos bien, nos encontramos con que quieren participar en la vida pública: ocho de cada diez, según el sondeo, intervendrían en política si encontraran los canales adecuados. Una abrumadora mayoría que contrasta con el pesimismo en el que se mueven, ya que el 72 por ciento considera que los políticos no se preocupan por ellos, el 73 que se les escucha menos que a otros grupos de edad y el 76 que no se dan soluciones a sus problemas. El reto queda patente y pasa, sin duda, por acercar a los jóvenes a la política y a los políticos a los jóvenes. Un desafío que exige el compromiso permanente de los poderes públicos con las generaciones que deben construir el futuro. Siempre, claro, que aspiremos a que España tenga porvenir.
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