Tribuna

México lindo, querido y hermano

Lo mexicano en España y lo español en México, dejando de lado excepciones indeseables a veces inevitables, es querido, apreciado y considerado como propio, no como extranjero o lejano

Recordemos ese gran país hermano comenzando hablando de Tlaloc, el dios de la lluvia en la novela de Laszlo Pasuth, porque en el Museo Nacional de Antropología de la Capital es fácil comprobar como aún existe el sincretismo religioso si vemos rezar a los dioses de los antiguos mexicas, de los aztecas, zapotecas, tlascaltecas, mayas o toltecas, entre otros pueblos históricos y actuales.

Y también, en esa grandeza, describir la belleza de las llanuras y de las montañas de Chihahua y del Gran Cañón del Cobre con los colibrís libando en el parador de lo alto junto a las artesanías de los Tarahumaras y la laboriosidad de sus mujeres.

Y, asimismo, del Bonampak de la Chiapas maya, con unas pinturas rupestres y murales, en las que la historia ha permitido conservar la policromía de una sociedad estamental y variada, más reciente de nosotros que otras muchas, o las del Yucatán paradisiaco, monumental y turístico.

Así como de los gigantes olmecas de Veracruz, adonde todavía se puede uno preguntar cómo se pudo tallar con precisión tales colosos de piedra que, aunque pudiera parecer otra cosa, no son obras de un Botero colombiano, sino del genio de los antiguos habitantes del Bajío tropical y caluroso del Caribe mexicano.

Sí se puede hablar del heroico pueblo mexicano, con sangres propias y españolas, frente a la agresión del gigante del Norte que le privó de más de un tercio de sus terrenos, consumándose el expolio en sucesivos Tratados de Guadalupe-Hidalgo y haciendo que, mal que le pese a algunos, los USA de hoy sean mucho más chicanos, hispanos y latinos que antes. Y recordando, con la historia, que la heroicidad señalada hasta los altos de Chapultepec ocasionó al vecino del Norte la mayor cantidad de bajas de su historia en un conflicto armado.

Durante más de 300 años las costas de California vieron pasar al llamado Galeón de Manila o de la China, algunos años con todos sus tripulantes y viajeros ya sin vida por las inclemencias y las epidemias de esa travesía colosal. Ya no viajaban en el solo gachupines y comerciaban desde plata a seda, vinos y cosas chinescas, con sus respectivas boletas.

Qué se diga de la inmensa, majestuosa, populosa y encantadora ciudad de México, antes Distrito Federal, cuya población aumenta por horas y es difícil de calcular, pero podría ser de más de 23 millones de almas. Levantada en una laguna, a la sombra del terrible Popocatepetl de más de 5.000 metros de altura, desde cuyos nevados los españoles quedaron asombrados con el espectáculo de la antigua Tenochtitlán al verla por primera vez. De la Virgen de Guadalupe, de las pirámides del Sol y de la Luna de Teotihuacán y de las chinampas de Xochimilco, para ver la tradición de los mariachis acuáticos.

Hoy me siento mexicano, este que osa escribir esto de la otrora llamada Nueva España. Porque no queda otra que nos sintamos de corazón hermanos del pueblo mexicano y de su cultura milenaria, siendo partícipes del país que fuera Imperio formal y que hoy sigue siendo un Imperio real, por todo lo que significa su portentosa tierra, su variedad y sus gentes.

Desde hace ya muchos años, superada la separación política y no la musical, torera y artística, las relaciones hispano-mexicanas han sido de una riqueza, contenido y extensión notables. Lo mexicano en España y lo español en México, dejando de lado excepciones indeseables a veces inevitables, es querido, apreciado y considerado como propio, no como extranjero o lejano.

Se llegó pronto al incremento jurídico y económico de las relaciones plasmándose a través del Acuerdo de inversiones de 10 de octubre de 2006, síntoma de lo que se acaba de referir. También, en el campo científico y técnico, se han firmado diversos Convenios internacionales, de tal manera que lo jurídico internacional complementa esas buenas relaciones tradicionales (el último es del reciente 2022).

Algunos, que por cierto debieran tener prudencia con otros Jefes de Estado, hablan sobre peticiones de perdón cuando debiera pensarse, sobre todo si de personas versadas en historia se trata, de cómo los sacerdotes aztecas extraían en vida el corazón a las víctimas prisioneras que iban a ser sacrificadas luego, o de los sacrificios de niños a los dioses, o de la muerte (más bien, ejecución) entre los mayas de los que perdían o ganaban en el juego de pelota. Se trata de historias de otros momentos de la civilización (o barbarie), que no se pueden traer sin más a la actualidad. Todo historiador que se precie sabe lo que es el contexto histórico.

Para terminar solo me cabe que se haga un compromiso conjunto de servicio a nuestras Patrias respectivas y en no declinar nunca la asistencia al pueblo que está detrás: el gran pueblo mexicano … y el español, por supuesto.