Quisicosas

El milagro del Ecce... mono

Una torpeza que devino en éxito mundial, el que todos los años trae a Borja once mil visitantes que generan pingües beneficios

Lloraba y lloraba y lloraba, incesantemente. Sufrió ataques de ansiedad y recibió ayuda de un psicólogo. La mujer, de 81 años, se negaba a salir a la calle, atemorizada por un mar de cámaras embravecidas, enardecidas por las imágenes de aquel Cristo que recordaba a Paquirrín y había dado la vuelta al mundo. Acabó en depresión. El Eccehomo de Borja nos hizo reír en el verano de 2012 tanto como sufrir a ella, Cecilia Giménez Zueco, una aficionada a la pintura que acometió la temeraria restauración de una pequeña imagen de los años treinta, ejecutada por el catedrático de la Escuela de Arte de Zaragoza, Elías García Martínez. El resultado, en palabras de Christian Fraser, corresponsal de la BBC: «Un boceto a lápiz de un mono muy peludo, con una túnica que no le ajusta bien». Y algo tuvo el desafuero que se convirtió en icono mundial, como el tupé de Trump o la peineta de Martirio. Esas cosas que la gente prefiere y elige multitudinariamente sin un porqué.

En Las Vegas, el sábado pasado, se estrenaba la ópera «Behold the man», de Andrew Flack, un artista norteamericano que quedó encandilado por la historia de aquella feligresa de pueblo que metió la pata por cariño, porque no soportaba la pintura descascarillada de aquel Jesús en su iglesia. Y así es la obra yanqui, el relato de una torpeza que devino en éxito mundial, el que todos los años trae a Borja once mil visitantes que generan pingües beneficios y han puesto en el mapa mental de todos la localidad. La historia de un milagro al revés.

A veces nos reímos de las personas –sin maldad, porque el Cristo tenía lo suyo– ignorantes de que engrosamos una ración de dolor ya de por sí generosa. Cecilia Jiménez tuvo dos hijos feos para el mundo, pero muy bellos para ella. Dejó su trabajo y dedicó la vida a cuidarlos. Uno, Jesusín, falleció a los 20 años de distrofia muscular progresiva degenerativa. Otro, José Antonio, que padece parálisis cerebral, envejece con ella a sus 65 años, en la residencia en la que la anciana pintora, de 92, habita los últimos días nublados por el alzhéimer. Y ocurre ahora otro maravilloso prodigio. «Si le mostramos la imagen del eccehomo –explica su sobrina Julia Ibáñez– lo encuentra precioso, muy bonito». Su mente ha trazado un trampantojo, como las dibujadas galerías porticadas del barroco, que nos arrastran a profundidades inexistentes; como los jardines tras las ventanas pintadas al fresco; el cerebro de la mujer ha transformado en un adonis las manchas burlescas del Cristo de Borja. «Le ha ocurrido como con nuestros primos –dice su sobrina, Marisa Ibáñez– que ella siempre los vio hermosos». En una residencia maña, una privilegiada artista sueña retratos olímpicos.