Tribuna
Mühlberg
Lección aprendida de Mühlberg: las escisiones de Europa nos destrozaron y favorecieron a otros imperios como el otomano
Hoy «víspera de San Marcos, pasado San Jorge» (1) recordamos uno de los episodios que forjaron nuestra Europa golpe a golpe: la Batalla de Mühlberg (24 de abril de 1547). Dividida por religiones, se enfrentaba la Europa del norte, Países Bajos, Alemania, Suecia, Inglaterra, Suiza y Escocia, con iglesias «reformadas», a la del sur, fiel a la católica Roma.
Nos recuerdan la batalla, Tiziano y los murales del Castillo de los Alba a orillas del Tormes, retratando a un erguido Carlos I, a caballo, 47 años, con armadura y media pica. Es el vencedor de la Liga protestante de Esmalcalda, como lo había sido antes de Francia, freno de los turcos que asediaban a las puertas de Europa, impulsor de la epopeya americana que no encontraba límites a su expansión. Al «César y el Hombre» (2) se referirá su biógrafo Manuel Fernández Álvarez, al situarlo a la altura de Alejandro Magno, Julio César o Carlomagno.
Repasemos los tiempos. En 1517 el agustino Lutero clavaba sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos de Wittemberg proponiendo su Reforma. Cinco años después los turcos ocupaban Belgrado y en 1523 la Isla de Rodas. En 1525 nuestro Carlos de Gante vencía al rey de Francia Francisco I en Pavía, a la vez que los turcos liquidaban el reino de Hungría.
A consecuencia de la Reforma se constituían las Dietas de Espira (1526 y 1529) reclamando la libertad de cada estado para adoptar la religión de su Príncipe («cuius regio, eius religió»). Tras un intento de Carlos I de salvar la unidad de la Iglesia en Augsburgo (1530) se creaba un año después la Liga de Esmalcalda formada por estados y ciudades protestantes, que se dotaron de un ejército permanente y una hacienda común (4). Firmaban a la vez, alianzas con Francia e Inglaterra. Aprovechando estas escisiones, los turcos sitiaban Viena el 10 de agosto de 1532. Acudirá en su socorro Carlos I que entraría victorioso en la ciudad del Danubio el 23 de septiembre.
Años después en 1547 junto a su hermano Fernando y el Duque de Alba al mando de sus ejércitos, aliado del Papa, de Baviera, e incluso del Príncipe protestante Mauricio de Sajonia, derrota y dispersa a los ejércitos de la Liga en Mühlberg. Carlos I se encuentra en la cima de su poder. Persigue al enemigo en desbandada, tras nueve días de marchas forzadas, una vez vadeado el Elba amparado en densa niebla y con ayuda de puentes de barcas. Indulta la condena a muerte decretada por un Consejo de Guerra al propio herido y prisionero Juan Federico de Sajonia que mandaba a los 25.000 efectivos de la coalición, de los que 8.000 resultaron heridos, muertos o capturados. Por su parte el Duque de Alba contaba con 35.000 hombres, entre ellos como fuerzas de choque 8.000 veteranos de tres Tercios: el de Hungría mandado por Alvaro de Arce; el de Lombardía por Rodrigo de Arce y el de Nápoles comandado por Alonso Vivas. (3)
Pero la llama de la insurrección no se había extinguido. La vía de la libertad de elección religiosa entrañaba una clara lucha por el poder. Cinco años después de Mühlberg, los coaligados con un Mauricio de Sajonia que traicionó al Emperador y con el apoyo de Francia que consiguió a cambio, Metz, Toul y Verdún, estuvieron a punto de sorprender a Carlos en Innsbruck, de cuyo castillo escapó, enfermo, con reducidas fuerzas a través de los Alpes, un 6 de abril de 1552. Y mientras los turcos conquistaban Trípoli, el Duque de Alba, con fuerte desgaste, no podía recuperar Metz entre octubre y diciembre de 1552.
Tras el cambio de escenario, derrotado física y psicológicamente, el Emperador aceptaba la llamada Paz de Augsburgo o Paz de las Religiones en 1555. La firmaría su hermano y representante Fernando I. Se consolidaba el pleno reconocimiento de la libertad de los estados a elegir su religión, cerrándose momentáneamente el conflicto religioso creado por la Reforma.
Carlos, que personalmente en 1553 había estado en el fallido sitio de Metz, atacado de gota, deprimido, comprendió que el sueño imperial era imposible. Comenzó a planear su abdicación y la cesión hereditaria del Imperio a su hermano Fernando que se materializó en las llamadas «abdicaciones de Bruselas». Un año después (1556) se retiraba a Yuste.
Lección aprendida de Mühlberg: las escisiones de Europa nos destrozaron y favorecieron a otros imperios como el otomano. Ya aparecen las dos Alemanias y las guerras, que llegarán hasta 1945, por Alsacia y Lorena.
Una Europa unida que ha cerrado felizmente estas fisuras debe afrontar ahora con valentía su defensa común.
(1) Luis de Ávila y Zúñiga (1500-1564). «Comentarios de la Guerra alemana».
(2) «El César y el hombre». Manuel Fernández Álvarez. Espasa Calpe 1999.
(3) Juan Carlos Losada. Historia de las Guerras de España. «Pasado & Presente» 2015.
(4) Esmalcalda: ejército y hacienda propios: la ilusión de separatistas vascos y catalanes.