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El canto del cuco

Un paisaje político calcinado

A Sánchez le preocupa más la suerte de su mujer que la de los Presupuestos Generales del Estado

No conviene hacerse ilusiones. El paisaje político de España está tan calcinado como el paisaje físico, arrasado por los incendios. Tardará tiempo en florecer de nuevo la concordia, el sentido común y la voluntad de servicio a la comunidad. El Gobierno bastante tiene con sostenerse a dentelladas, con ir tirando, mientras la oposición trata de llamar la atención con aspavientos para hacerse notar en medio de una dura competencia. A unos y a otros lo que menos importa ahora es ponerse de acuerdo para que el país funcione. Por ejemplo, cambiando de mutuo acuerdo la política medioambiental, culpable principal, junto con el abandono oficial del campo, de la ola de fuego en la España vaciada. Sólo buscan salvarse ellos de la quema.

En vísperas de reanudarse el curso político, todas las miradas están puestas en Pedro Sánchez. Las últimas apariciones del presidente del Gobierno, unas salidas obligadas de su retiro veraniego a la España quemada, han dejado la imagen huidiza, enflaquecida, deteriorada de un hombre taciturno -«un ser escondido en sí mismo», como dice María Zambrano- y abandonado a su suerte. Aquí dentro huye de la gente, rodeado de extraordinarias medidas de seguridad, y en Europa, según la prensa alemana de estos días, «ya sólo juega un papel secundario»; bajo su mandato, España ha quedado aislada y a él se le cierran las salidas. Todo indica, sin embargo, que la preocupación que le abruma, más que su perdido papel internacional o las dificultades, que parecen insalvables, para seguir gobernando con los actuales socios, es la actuación judicial sobre su familia y su partido. Es humanamente comprensible. A Sánchez le preocupa más la suerte de su mujer que la de los Presupuestos Generales del Estado.

Esto da idea de la incertidumbre con que arranca el nuevo curso político. Lo mismo que un benéfico temporal de lluvias apaga definitivamente las llamas y las brasas del monte, el incendio político que padecemos sólo puede sofocarse con un cambio de tiempo político. Pero ese cambio depende en gran manera de la voluntad de un hombre acorralado, sin salida, incapaz de rendirse, o, si acaso, del abandono público y solemne de alguno de sus aliados. Nada es descartable ni adivinable. Seguirán, eso sí, con toda seguridad los empujones del principal partido de la oposición, cuya efectividad se ha demostrado más bien dudosa, cuando no contraproducente. Cuenta Josep Meliá que, cuando el presidente Adolfo Suárez les anunció al círculo íntimo de colaboradores su dimisión, les dijo: «Debemos acostumbrarnos a que la renuncia voluntaria es una regla de honestidad política».