Mirando la calle

El perpetuo enfrentamiento

«No hay que olvidar que la política y los políticos (y sus voceros) no dejamos de ser nosotros»

Ser político hoy es muy fácil y muy difícil. Fácil porque no requiere formación ni buen verbo; tampoco bondad o empatía. Ni siquiera respeto. Al político español de nuestro tiempo no se le exige casi nada…, pero anda todo el día cuestionado y bajo la lupa de sus adversarios ideológicos, que no parecen tales, sino, más bien, perversos enemigos. Sé que esto ha pasado con anterioridad en nuestro país. De hecho, las sesiones del Congreso previas a la Guerra Civil lo acreditan; pero pensaba que, precisamente por eso, los españoles estábamos vacunados. Parece que no. La polarización de nuestros días resulta tan flagrante como aterradora. Es insólito que esta España, donde tanto costó alcanzar la democracia y que fue capaz de pasar de un régimen a otro sin conflicto, ahora viva en una violencia permanente que agitan, cual si de un avispero se tratara, los propios políticos, acompañados por un buen puñado de periodistas, que parecen más bien sus representantes que profesionales de la información. Si ustedes se fijan, comprobarán que los políticos de unos y otros partidos llevan más a los juzgados a sus compañeros de otras siglas que a los delincuentes que pululan por nuestra tierra. Y no solo: además, en las sesiones plenarias se dedican a fiscalizarse unos a otros y a tumbarse las leyes como si hacerlo les sumara victorias, cuando, en realidad, evidencia los infinitos fracasos que supone la constante falta de consenso. A esas actuaciones patéticas, se suma la no menos ignominiosa manera de valorar ese señalamiento del otro, por parte de presuntos informadores. Los del «bando contrario», según los medios, van de indignos a asesinos, pasando por cualquier cosa que ustedes quieran pensar. Hay programas enteros contra unos y, enfrente, programas enteros contra otros. No hay voluntad de acuerdo, ni colaboración, ni sentido de responsabilidad del bien común. Lo importante es que el otro resbale, cuanto más mejor, para poder «acuchillarle», aunque sea en sentido figurado. No corren buenos tiempos para la política…, pero no hay que olvidar que la política y los políticos (y sus voceros) no dejamos de ser nosotros. Ellos nos representan y, si les permitimos hacerlo de este modo, será porque también nosotros estamos a favor del perpetuo enfrentamiento.