Opinión

Podas de tontos

No se trata de si Errejón es culpable o no. Se trata de demostrar que el garantismo procesal no es un lujo

Compadezco a Elisa Mouliaá (como a Jenny Hermoso) igual que a Errejón, sobre todo por tontos. Todos los males del mundo, la auténtica devastación de la sociedad es y ha sido a lo largo de la historia producto de iniciativas de tontos...

Por esto, porque te pilla un tonto, tonta o tonte y te destroza, conviene hacer podas de tontos entre nuestros «amigos» y conocidos cada temporada, igual que debemos realizar podas con máxima diligencia en nuestros jardines y casas de campo.

Elisa Mouliaá, la aniquiladora oficial de Errejón, confiesa en distintos audios a su amiga y testigo que «no cree que fuese un delito» y aun así la presiona para que sostenga la acusación. La anfitriona de la casa donde los hechos denunciados (no) ocurrieron, al parecer, implacable, le responde: «Vas a meter a un tío en la cárcel por algo que no ha hecho».

Hoy la vida de Errejón, merecidamente desguazada, se mueve entre el escarnio y la posibilidad de una exoneración… Pero, Errejón, ¡hay que ser tonto para montarte semejante chiringuito aliade mientras acosas a destajo a las mismas progres que han comprado sin fisuras tu endiablado storytelling!

¿Es inocente Errejón? Rotundamente no. Y no lo afirmo con saña; lo digo desde el humor que me queda, comprobada la hipocresía flagrante del feminismo de los políticos zurdos. «No hay denuncias falsas, hay una derecha fanática cuyo trabajo es criminalizar a las mujeres». El choque de la hemeroteca de Errejón y su presente ya es historia del pop patrio.

El muchacho (su cara de niño recién destetado ya no es patente de corso) contribuyó a linchar a Rubiales sin que le preocupara ni un segundo la presunción de inocencia del acusado ni de los demás españoles sin rostro. Y ahora que la trituradora lo ha engullido a él, la tentación de aplaudir es grande. Yo no lo haré. Pero no por él, sino por lo que significa.

No se trata de si Errejón es culpable o no. Se trata de demostrar que el garantismo procesal no es un lujo: es el último dique que nos protege de la arbitrariedad, la búsqueda desesperada y mezquina de identidad, la codicia y la estupidez.

Una actriz que se hace un lío con las frustraciones de la vida, una militante oportunista, una ingenua iluminada que encuentra su misión vital en «denunciar» porque será útil, justa, heroína… ¡No sé quién soy!

Errejón y Mouliaá se parecen en el fondo. No buscan la verdad. Buscan propósito, redención, buscan venganza o dinero, ¿se buscan a sí mismos?, puede que todo a la vez.

Lo más divertido –y perturbador– de este caso es cómo se alimenta de la ideología que tipos como Errejón han vendido para lucrarse, conseguir votos y poder. La narrativa fanática que ha colonizado partidos, ministerios y tertulias, la industria de la victimización que produce monstruos a cargo de la sopa boba de nuestros impuestos. Y de ese caldo salen y en ese mismo se ahogan. Al final, hablamos de lo mismo de siempre, de tontos.

Dos tontos, y dos malvados en el sentido más crudo, porque hay que serlo para defender con tanta pasión fingida un argumentario que no practicas ni respetas. Para presentarte como salvador/a de mujeres mientras siembras el terreno para que una acusación sin pruebas destruya la vida de otra persona. No se puede sostener semejante farsa sin una ausencia de empatía y respeto flagrantes. Tonta y tonto, cuando salen inquietos, debieran recibir la atención de un psiquiatra y hacer mucho deporte.

La lección es brutal y simple: es peligrosísimo creerse el mantra de que una mujer dice siempre la verdad. No, no siempre dice la verdad. No siempre interpreta bien lo que pasó. No siempre actúa con justicia. Y por eso el sistema jurídico debe ser tan firme como la “amiga” de la actriz.

Errejón es (y no me ha sorprendido) un narciso común que manipula a las personas (y las ideas), que practica la doble vida y se mueve bajo la brújula de la vanidad y la ambición. Y no solo Errejón, miremos a nuestro deteriorado presidente y su equipo, defendiendo la integridad del cuerpo y alma femeninos desde el sofá chester de sky rosa chicle de un puticlub.