Y volvieron cantando

«I.A.» y puertas al campo

Las instituciones europeas nunca han ocultado una, a veces obsesiva, tendencia hacia la regulación de absolutamente todo lo relacionado con la actividad ciudadana

Pocas veces se han vendido con tanto bombo y platillo desde las instituciones europeas acuerdos como el alcanzado hace unos días para regular y en consecuencia controlar y supervisar todo lo relacionado con la utilización de la llamada inteligencia artificial, ya saben, ese «coco» que tanto parece inquietar a la raza humana siempre desconfiada desde el lóbulo izquierdo ante los avances del lóbulo derecho o viceversa. Las instituciones europeas que al fin y al cabo acaban respondiendo al juego de puntuales mayorías ideológicas dentro de la Unión, nunca han ocultado una, a veces obsesiva, tendencia hacia la regulación de absolutamente todo lo relacionado con la actividad ciudadana, sin tener en cuenta elementos que, en unos casos son propios de la libre disciplina individual y en otros como el que nos ocupa, sencillamente son un campo al que no se le pueden poner demasiadas puertas.

En una actitud declaradamente preventiva el acuerdo europeo viene a marcar la infranqueable barrera de los principios fundacionales de la Unión –unos principios políticos y por lo tanto ideológicos– frente a tentaciones de utilización indebida de la «I.A.», una buena intención tan innegable como dudosamente efectiva teniendo en cuenta, de un lado que las tecnológicas avanzan a velocidades muy superiores a algunas capacidades de regulación imposible en todos los flancos y de otro y más importante, algo tan innegable como el inconveniente que supondrá la diferencia de criterios entre una «Europa fortaleza» y el resto de grandes áreas mundiales de influencia, con China o Estados Unidos como ejemplos más notorios, a los que difícilmente se puede marcar el paso desde Bruselas.

Tampoco cabe engañarse acerca de las toneladas de ignorancia que pesan sobre un asunto de la «I.A.» que, como creación humana, siempre tocará la partitura de la escala ideológica de valores que se le imprima, por mucha capacidad posterior que tenga la «máquina» para aprender y auto replicarse. La prioridad en un caso de tesitura extrema puede ser salvar la vida de muchos animales a costa de la de un niño, o en otro justo lo contrario. En ambos, pura carga ideológica porque, se quiera reconocer o no, el control de la «I.A», al menos en su incubadora, siempre pretenderá ser puramente político.

Por cierto, internet también fue un «coco» al que los reguladores olvidaron embridar tal vez en lo más importante, ya saben, que acabó en manos de cuatro.