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Tribuna

Lo que no se defiende, se pierde

El mundo que hemos conocido se deteriora a toda velocidad y, nos demos cuenta o no, nadie está a salvo. De nada

Poco se habla de la guerra del opio. De cuando los ingleses le declararon la guerra comercial a China siglos antes de que lo hiciera Donald Trump. Como no había manera de abrir los herméticos puertos chinos al comercio, se aliaron con los cárteles locales de la droga y ayudaron a expandir ferozmente el consumo de opio entre la población. Es una de las razones por las que China, una sociedad de un nacionalismo rayano en el racismo universal, siempre ha mirado a los occidentales con desprecio. Y con rencor. Hay una novela muy buena del autor británico de ascendencia asiática Kazuo Ishiguro que incide sutilmente y a la vez hondamente en la cuestión. Se titula «Cuando fuimos huérfanos».

Con esa lectura en la cabeza y con sumo interés sigo la escalada de tensión entre Estados Unidos y Venezuela. La Administración Trump acusa al régimen de Nicolás Maduro de dar amparo a los cárteles que inundan la sociedad americana de fentanilo y otras drogas. Trump despliega sus fragatas contra el narco, Maduro alinea a sus milicias. ¿Quién ganará?

Hace rato que no oímos hablar a, ni de, Edmundo González Urrutia, al que Europa quiso reconocer como verdadero presidente electo de Venezuela, mientras Maduro se limpiaba las narices con las actas. Y nada pasó. Nuestra eficacia para defender la democracia de los venezolanos ha resultado ser tan temible como para defender a los ucranianos. A buenas horas escoltamos (los invitados a escoltarle, que no somos todos…) a Zelenski hasta el Despacho Oval. Chamberlain no lo habría hecho mejor.

No me gusta Trump y no me gustan sus métodos. Pero me dan vergüenza los nuestros. Nuestra flojera, nuestra hipocresía. Nuestro egoísmo. En Ucrania ha venido a repetirse en diferido la tragedia que ya vivimos en directo en la antigua Yugoslavia. Si a Alemania no le hubiese faltado tiempo para reconocer unilateralmente la independencia de Croacia, para garantizarse una zona de influencia con salida al Adriático, el castillo de naipes de la unidad yugoslava no se habría desmoronado. Si los cascos azules no se hubiesen cubierto de deshonor en Srebrenica, las huestes de Milosevic no habrían entendido que todo valía. Doscientos mil muertos después, los americanos bombardearon y la guerra acabó. No así nuestra decadencia. La de Europa entera. Si Alemania no hubiera dependido todos estos años del gas ruso, no estaríamos dónde y cómo estamos. Y ahora qué.

Mucha gente lleva años alegremente instalada en un cómodo antiamericanismo de salón -pensando que el plan Marshall no se acabaría nunca, ni siquiera aquí en España, donde nunca empezó-, que si OTAN no, que si bases fuera. Pues a ver si se van a ir fuera de verdad. A ver si se las llevan a Marruecos. ¿Y entonces qué? ¿Seremos los más pacifistas de la insignificancia no alineada? ¿O alineada con China?

Mencionaba la guerra del opio para que se entienda que entiendo que la geopolítica tiene sus razones de ser. Otra cosa es nuestra ceguera terrible al evaluarlas. Entiendo más que los rusos o los chinos quieran dominar el mundo, que no que nosotros nos alegremos de que lo dominen. De que nos dominen. Una cosa es hacer negocios y otra es dejarse penetrar hasta el chasis de la ciberseguridad. Los americanos te gustarán más o menos. Pero con ellos había ciertas garantías. Cierta escala común de valores. Incluso con Trump. ¿Cómo puede ser que todavía haya gente aquí que se alegre de la caída de las Torres Gemelas, o que no entienda que aquí el drama no es si se reconoce el Estado palestino, sino cuándo vamos a reconocer, de verdad, al de Israel?

Volviendo a Washington: ahora más que nunca se ve el error que cometimos cuando tuvimos la ocasión de hacer una apuesta atlántica seria, y la desaprovechamos. José María Aznar pudo andar escaso de mano izquierda cuando lo planteó. Pero a la izquierda le sobró autarquía. Ideológica y, pronto, de la otra.

¿Quién manda aquí, y para qué? ¿Los aliados de Pedro Sánchez? ¿Los negocios de José Luis Rodríguez Zapatero? Durante mucho, tiempo, Spain fue different. Luego dejó de serlo y nos acostumbramos a vivir en una islita sobreprotegida, muy cómoda para mirar las injusticias y desgracias del resto del mundo como Sánchez mira desde La Mareta esas aguas donde no se puede navegar mientras esté él. Supongo que, para variar, ni los cayucos de los inmigrantes. El mundo que hemos conocido se deteriora a toda velocidad y, nos demos cuenta o no, nadie está a salvo. De nada.

Anna Graues periodista, escritora y exdiputada en el Parlamento catalán