Letras líquidas

Lo que va de la derecha a la izquierda (o viceversa)

La apuesta de Génova por centrar el debate en cuestiones sociales es el impulso para eludir discursos simplistas y preconcebidos

Visualice, por favor, una semilla de sésamo. ¿La está imaginando? Bien, pues así, de ese tamaño, es la amígdala del cerebro de un votante conservador. O, al menos, esa es la conclusión a la que llega un estudio de la Universidad de Ámsterdam, publicado por la revista iScience, que ahonda aún más en semejante curiosidad, y añade que esa glándula es ligeramente mayor a la de los votantes progresistas. El resultado, que sorprendió a los propios investigadores, según han confesado, vendría a remarcar las diferencias anatómicas entre las personas en función de su ideología. Y se sumaría así a una división que nació en la Revolución Francesa, durante el debate de la Asamblea Constituyente, cuando los realistas, partidarios de preservar los poderes de la Corona, se sentaron a la derecha de la presidencia de la cámara, mientras quienes querían eliminar esos derechos se situaron a la izquierda. Conservadores versus progresistas.

Desde entonces, esa dicotomía ha marcado los vaivenes políticos de la humanidad: una tensión que puede impulsar o bloquear, según el afán de la época, el desarrollo de una sociedad. Aquello de la creación y la destrucción. En cualquier caso, España ha sido uno de los países que con mayor pasión se ha lanzado a practicar la bicefalia ideológica, marcada sobre todo por la intensidad del turnismo del siglo XIX, repuesto después en forma de bipartidismo (imperfecto) tras la Transición y en trance de recuperarse ahora, de nuevo, según el oráculo de las encuestas, tras una década de constantes fragmentaciones.

Y, en ese escenario, anda agitada la conversación pública porque a unos les parece que otros se han salido de su asignado carril doctrinario. Vamos, que la izquierda se ha revuelto porque el PP realiza propuestas sobre inmigración, conciliación, jornada laboral o vivienda. Más allá de que se trate de un partido que ha gobernado España quince años y que ahora lo hace en trece comunidades, treinta capitales de provincia y 3.193 municipios, es decir, que de algo le suenan esos asuntos, la apuesta de Génova por centrar el debate en cuestiones sociales es el impulso para eludir discursos simplistas y preconcebidos. Después, ya se llegará a una solución o a otra, y es, precisamente, en esos matices futuros, donde se ubica la reflexión y el libre albedrío intelectual de los votantes para optar por unas iniciativas u otras, porque, aunque haya quien prefiera el hurto populista de la pluralidad ideológica, la política, por suerte, se empeña en imponerse. Y respecto a la semilla de sésamo y al tamaño de la amígdala, la verdad, no tengo nada más que añadir. Habrá que seguir pendientes de las investigaciones. Por si acaso.