Letras líquidas
Realpolitik migratoria
Sin prejuicios ideológicos, la inmigración exige acuerdos y medidas transversales, y que las imágenes, como aspiraba Sontag, no sean solo parte de la «sociedad del espectáculo», sino que muevan a la acción. ¿Qué tal un pacto de Estado?
Dice una ley del aprendizaje que retenemos el cinco por ciento de lo que escuchamos, el diez por ciento de lo que leemos y el veinte por ciento de lo que vemos. Y en una sociedad tan visual como la nuestra, bombardeados cada día con miles de imágenes, las escenas que entran por la retina configuran el paradigma en el que nos movemos. La verdad se representa ante nuestros ojos. La inmigración, protagonista de este verano, ha pasado en tres meses de ocupar el noveno puesto en las preocupaciones de los españoles al primero, por encima de otros asuntos como el paro o las tensiones políticas, según el último barómetro del CIS. En el informe de junio era motivo de intranquilidad para un 16,9 por ciento y en septiembre ha escalado hasta el 30,4 encumbrando los flujos migratorios al podio de los problemas patrios, como no ocurría desde 2007 con la «crisis de los cayucos».
Que la inmigración sea el tema que más concierne a los ciudadanos de España, frontera sur de Europa, borde, límite o precipicio del primer mundo, resulta de una evidencia que se instala en el sentido común, cosas de la geopolítica y de la necesidad de dar respuesta adecuada a uno de los grandes retos de las sociedades desarrolladas del siglo XXI. Los datos, además, avalan la alarma o el desasosiego colectivo: somos el único país mediterráneo, con Grecia, en el que crecen las entradas irregulares, los desembarcos en Canarias han experimentado un incremento del 126 por ciento en lo que va de año y las entradas en Ceuta un 143. Lo sorprendente, quizá, es la velocidad con que se ha colado en los contratiempos o dificultades comunes y eso aumenta el riesgo de perderse entre los intereses fugaces que desaparecen en cuanto otro asunto los eclipsa, y no podemos permitirnos ese olvido.
Frente a quienes aspiran a usar el drama migratorio como arma electoral y arrojadiza, movilizadora de crispaciones y polarizaciones, mera agitación populista, la preocupación ciudadana debería ser el catalizador para encararlo en toda su dimensión y superar la vieja dicotomía derecha-izquierda que hoy resulta artificial. Basta mirar a los países de nuestro entorno para apreciar cómo las decisiones se han ido acomodando a la realidad: políticas más restrictivas en Suecia o Dinamarca y más ayudas a terceros países como freno a las mafias en la Italia de Meloni. Sin prejuicios ideológicos, la inmigración exige acuerdos y medidas transversales, y que las imágenes, como aspiraba Sontag, no sean solo parte de la «sociedad del espectáculo», sino que muevan a la acción. ¿Qué tal un pacto de Estado?
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