Tribuna
Un rearme con los clásicos
En la gran literatura de los antiguos griegos y romanos encontramos nuestras referencias ineludibles y el auténtico «rearme» moral que necesitamos
Entre los muchos eufemismos que se han usado recientemente para aludir a la nueva política europea de defensa, el de rearme no es precisamente el más suave y el que más gusta a muchos. Pero, como siempre en los recursos retóricos clásicos, ha servido para evidenciar la urgencia de un momento en el que o bien debemos prepararnos para lo peor –el regreso de los periodos más oscuros y turbulentos de la historia–, o bien debemos temer que sea solo una buena excusa para operar cambios profundos en la sociedad, la política y la economía. El caso es que, de repente, estamos inmersos en un debate público en torno a la necesidad de replegar las velas, encastillarnos en los torreones, hacer acopio de víveres tras las fronteras y reunir la panoplia de materiales para la defensa de lo básico. Se intuye la típica sensación de los asedios, desde la primordial Troya a esta parte: una expectativa de lo impensable o lo inefable que asoma tras esta ambigua e inquietante consigna del rearme. Lo único que sabemos de cierto es que vendrá algo extraordinario y costará sacrificios, ante todo dinero y esfuerzos, que saldrán, sin duda, de los de siempre.
Como en épocas pasadas –la Roma tardía se evoca hoy a menudo– el miedo al enemigo exterior e interior es omnipresente y campa entre diferentes facciones y orientaciones políticas que miran a este, oeste y sur. La literatura y la cultura clásica, como raíces profundas de Europa, han teorizado a menudo sobre la necesidad de preservar y asegurar el sistema participativo –la democracia ateniense, la República romana– frente a las impugnaciones externas. Hoy estas parecen a unos u otros latentes, inminentes o ya directamente desatadas en Europa: desde la guerra comercial de EEUU al conflicto Ucrania, la política migratoria o los muchos disensos internos que nos dividen.
Pero hay que conservar la calma y seguir adelante –según el celebrado «motto» británico de la última guerra mundial– frente al inevitable temor ante un escenario imprevisible (de cierto modo se nos ha entrenado para algo así con la reciente pandemia). En todo caso, no está de más echar la vista atrás a las experiencias del mundo clásico, que muchas veces se presenta como precursor o modelo. Puede que «rearme» suene mal en su literalidad, pero en el sentido metafórico es interesante repensar lo básico que nos hace lo que somos: volver a lo básico es volver a los clásicos.
Y es que, de vez en cuando, es preciso replegarse y pertrecharse: un consejo de la filosofía clásica es volver la mirada a la interioridad, al baluarte de la introspección, a la meditación estoica o platónica, y que nos lleva a buscar un nuevo centro para comenzar de nuevo y rearmarse, al menos desde el punto de vista filosófico, anímico o espiritual. En este sentido, si pensamos en un rearme europeo, ha de ser desde la esencia de lo que somos y hemos sido –no sabemos si también de lo que seremos–, no ya en el plano político o económico, sino, sobre todo, en el artístico, literario, filosófico, estético y, en resumidas cuentas, moral.
Se trata de reivindicar los orígenes grecorromanos de valores inevitablemente asociados con Europa como, por ejemplo, la política participativa, los derechos y libertades, la ciencia y la filosofía, el canon de las artes –de la estatuaria griega a la arquitectura romana y bizantina–, las adaptaciones cristianas de todas las artes y géneros literarios, y la larga superposición y simbiosis cultural de lo clásico con lo semítico y lo germánico y céltico, que han conformado la identidad europea.
De todo ello se puede aprender haciendo un repaso a los textos básicos, los clásicos, de la cultura europea, que son por esencia e inevitablemente nuestros clásicos grecolatinos y bíblicos, que han dado forma a la cultura europea en la política y la estética, en el pensamiento y la ciencia. Son clave de bóveda de Cervantes, Shakespeare, Montaigne, Dante o Goethe, de todos los escritores en lenguas europeas, desde Ausiàs March a Pushkin. ¿Por qué no pensar, entonces, en un rearme moral merced a los clásicos como columna vertebral de Europa?
Y todo, como no puede ser de otra manera, a través de una educación que los tenga en cuenta y los valore convenientemente como base de una cultura humanista y una plena ciudadanía democrática, sobre los ideales de la libertad («eleutheria»/«libertas»), la paz («eirene»/«pax»), la cultura («paidea»/«humanitas») y la fraternidad («philanthropia»/«concordia») que nos enseñan los grandes autores desde Homero a Heródoto, de Cicerón a Séneca. Si buscamos los valores de Europa para ese rearme frente a las impugnaciones de uno y otro lado del mundo, en los clásicos encontraremos algunas claves serenas para volver a centrar el debate de una Europa que ha sido modelo de humanismo, tolerancia e ilustración durante siglos, tras haber sabido superar el oscurantismo, la discordia de facciones, las guerras de religión, el imperialismo y la opresión de las minorías.
En la gran literatura de los antiguos griegos y romanos encontramos nuestras referencias ineludibles y el auténtico «rearme» moral que necesitamos. Pero todo ello es difícil si se sigue despreciando en la educación el cuidado de la cultura clásica en sus textos y lenguas, la filosofía antigua y la historia. Las humanidades clásicas, cuestionadas especialmente en la educación secundaria, en la etapa en la que más habría que cuidarlas, procuran sin duda el rearme más efectivo para defender el legado de la cultura europea. No es esta una reivindicación de algo pasado de moda, obsoleto, conservador o reaccionario, sino, al contrario, lo que me parece el mejor fundamento para volver a las fuentes y garantizar una ciudadanía libre, crítica y serena que mire hacia el futuro sin miedos irracionales, pero sin falsas esperanzas, como recomendaban los clásicos.
David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.