El trípode del domingo
¿Reinterpretar la infalibilidad papal?
Ya el Papa San Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, como ecuménico, con la esperanza de que sirviera como palanca para conseguir la tan deseada unidad de los seguidores de Jesucristo
El Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos acaba de emitir un documento (no doctrinal) con el significativo título de «El Obispo de Roma» que resume las conclusiones del trabajo ecuménico llevado a cabo los últimos años con las «comunidades eclesiales» cristianas, - anglicanos, coptos, luteranos, evangelistas, calvinistas, etc.- y con la iglesia ortodoxa, con el fin de intentar alcanzar el objetivo que el mismo Jesucristo expresó : «Padre: Para que todos sean uno, como Tú en Mí, y Yo en Ti». Ya el Papa San Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, como ecuménico, con la esperanza de que sirviera como palanca para conseguir la tan deseada unidad de los seguidores de Jesucristo, y que hoy a 59 años de su conclusión, no sólo no está conseguida, sino que en algunos casos si cabe atraviesa un tiempo de alejamiento. Así, la Declaración «Fiducia Supplicans» sobre la bendición a las parejas del mismo sexo ha provocado el fin del diálogo ecuménico con la iglesia Católica por parte de la Iglesia Ortodoxa, además de su no aceptación incluso por parte del episcopado católico, como el africano, por ejemplo.
En el documento sobre dicha unidad se alude a la posibilidad de «reinterpretar» el dogma de la infalibilidad papal para convertir al Papa en una especie de patriarca o líder espiritual de toda la Cristiandad. Conviene recordar que un Dogma es una «Verdad de Fe Divinamente revelada» y que este fue definido por el Concilio Vaticano I que no pudo terminarse por tener que abandonar Roma los padres conciliares en 1870, al caer la Urbe que durante 1000 años había sido la capital de los Estados Pontificios, considerado entonces como el «mínimo poder temporal necesario para que el Papa pueda ejercer en libertad su soberanía espiritual». Ese Dogma convierte al Vicario de Cristo y Cabeza de la Iglesia en autoridad suprema e infalible en ese ámbito. Esa eventual reinterpretación podría significar una limitación de hecho de esa competencia que tampoco facilitaría alcanzar la deseada unidad cristiana, como acreditan los cismas en el anglicanismo que disponen del Arzobispo de Canterbury como su Primado y líder espiritual de la Comunión anglicana. Por otra parte, tampoco sería un incremento de la sinodalidad una posible respuesta creíble para avanzar en ese camino, cuando los últimos movimientos de Roma parecen ir en la dirección contraria, como se ha visto respecto al discernimiento de las revelaciones privadas del Señor o la Virgen. En estos casos el papel de los obispos ha pasado a ser prácticamente de mero diagnóstico inicial. La unidad no puede conseguirse sobre un eventual consenso, sino sobre la Verdad Revelada por Jesucristo.
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