Tribuna

¿Se repite la Historia?

El presidente del Gobierno, consciente de su debilidad, sigue empeñado en evitar a ultranza la llamada a las urnas. Más por miedo que por confianza en quienes le apoyan

Resulta fácil caer en la tentación de responder afirmativamente, pero las analogías, más o menos basadas en apariencias, no pasan de ser la base de un ejercicio inductivo-deductivo cuyo final se sabe incierto, cuando no falso. Hegel propugnó que la Historia ocurría dos veces, la primera como contingencia y la segunda como necesidad. Marx aprovechó para formular otra hipotética dualidad, más crítica con la realidad de su tiempo, cuando, a propósito de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, habría acomodado la expresión hegeliana a su propia formulación: «la Historia ocurre dos veces, la primera como una gran tragedia, la segunda como una miserable farsa».

Asomándose a España publicaría sus artículos en el New York Daily Tribune, (primus vivere), a partir de su observación sobre el periodo 1854-1857. La historia de nuestro país le pareció un modelo «sui generis», a través del revolucionarismo del siglo XIX. O acaso de una dialéctica revolución/contrarrevolución que no acababa de entender. En lo que Marx parecía más acertado venía a ser cuando señalaba que «España era un conglomerado de repúblicas con un soberano nominal al frente». Al menos hacia esa meta parecemos transitar.

La situación española en los últimos años, la del modelo «pedrista», por su incitación al lanzamiento de piedras y otros objetos, de unos contra otros, generalmente con los mismos sujetos desempeñando la función de apedreadores y receptores de las pedradas, podría encajar en ese esquema dualista. Y eso disfrazado de socialdemocracia postmoderna y progresista, con la cual hemos involucionado de forma preocupante, en términos democráticos; sometidos a una permanente ofensiva historicida. Se agitan, apenas disimulados, los viejos fantasmas del largocaballerismo, «modelo democrático», de ayer y hoy, cuando la democracia no se ajusta a los intereses de un socialismo rampante.

En noviembre de 1933 se celebró la primera vuelta de las elecciones generales, convocadas el 9 de octubre, para superar la crisis de la coalición republicano-socialista, colocada su política en una situación imposible de sostener. El preámbulo del decreto de convocatoria enunciaba los objetivos de aquellos comicios: «la orientación y armonía definitiva, acudiendo a la consulta directa de la voluntad popular». Votó prácticamente el 68 por 100 de los censados y serían aquellas las elecciones más limpias de todas las celebradas hasta entonces. No fueron protestadas por nadie; fenómeno insólito entre nosotros, que no tuvo repetición hasta 1977.

El triunfo de las derechas (la CEDA, de Gil Robles) junto con otras fuerzas afines; y el «centro» (Unión de Centro, de Lerroux) fue aplastante, con el 31’2 por 100 y el 26’49 por 100 de los votos, respectivamente. El gobierno sufrió una aplastante derrota. El PSOE perdió 56 escaños, pasando de 115 a 59; el PRS cedió de 59 diputados a 3; hasta su líder, Marcelino Domingo, se quedó sin asiento. Acción Republicana descendió de 25 a 5. Azaña no consiguió acta por Madrid y llegó al Parlamento, de la mano de Indalecio Prieto, en las listas del PSOE por Bilbao. ERC recortó su presencia en el Congreso en 12 escaños. La O.R.G.A. acusó el varapalo de las urnas con 9 diputados menos de los que había tenido. La oposición logró en su conjunto 373 diputados, de los 473 de la Cámara.

¿A qué fue debido el estrepitoso fracaso de la izquierda? Según ellos, como precedente de su efusivo feminismo actual, la culpa la tuvieron las mujeres. Clara Campoamor, quien más había hecho para conseguir el voto femenino, mostró su absoluto desacuerdo con tal hipótesis. En declaraciones a la prensa, el 25 de noviembre de 1933, manifestó que fueron los partidos republicanos de izquierda, «los más tenaces enemigos del voto femenino». Curiosamente sí mantuvieron su condición de diputadas Victoria Kent y Margarita Nelken quienes, a pesar de la propaganda izquierdista, se habían opuesto a él.

La solución a tan calamitoso balance llegó en boca de Largo Caballero, apenas proclamados los resultados, con esa especie de lema, que debiera figurar en el frontispicio de todos los Parlamentos del mundo: «Tendrán las urnas, pero la calle no». Lo primero era evidente, para lo segundo sería necesario predicar la confrontación radical y la violencia con la cual iniciar, cuanto antes, el camino hacia la revolución. La Historia no se repite, afortunadamente hay en su discurrir demasiados factores aleatorios, empezando por la libertad, que lo dificultan en extremo.

Sin embargo, declaraciones, actitudes y comportamientos como los del gobierno sanchista, al advertir que no entregarán jamás el poder a la derecha, asentados en una crisis que afecta a la democracia y a sus instituciones, se corresponden con anteriores aventuras antidemocráticas. A pesar de los repetidos y constantes estímulos de Tezanos, el presidente del Gobierno, consciente de su debilidad, sigue empeñado en evitar a ultranza la llamada a las urnas. Más por miedo que por confianza en quienes le apoyan.

Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España