Tribuna

Revertir el aborto

El aborto no es un debate superado pese a que ante ese drama se haya desarrollado una piel de rinoceronte

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Revertir el abortoBarrio

Siento volver sobre el aborto porque intuyo que a unos molesta tan espinoso asunto y a otros, encantados, les viene bien para agitar el patio político, marcar diferencias y descolocar al adversario, aun a costa de la vida del no nacido y de la dignidad de la mujer. No entro en esa forma de hacer política, pero si insisto es porque mal, muy mal vamos si nos acostumbramos y por eso recuerdo siempre que puedo la realidad de más de dos millones de vidas humanas destruidas desde 1985.

El aborto no es un debate superado pese a que ante ese drama se haya desarrollado una piel de rinoceronte. En el fondo esa conciencia acorchada, insensible, no se basa en que se tenga abortar como un derecho, sino que es el fruto de que haya ido cuajando una interpretación amoral de la sexualidad en la que el aborto es una opción para enmendar las consecuencias de un «accidente», léase, embarazo. No, el debate no está superado, el aborto no está metabolizado y cosa distinta es, insisto, que se haya trivializado gracias al entumecimiento de la conciencia sobre la moral sexual.

Que debate hay, lo seguimos viendo. Dejo a un lado lo que no pasa de zascandileo político-jurídico como es la idea gubernamental de «constitucionalizar» el derecho a la «salud reproductiva y sexual» como principio de política social y económica, una idea censurada hasta por proabortistas: ¿para qué hacerlo si ya el Tribunal Constitucional ha dicho que abortar es un derecho deducible de la Constitución? Me quedo en hechos como la conferencia celebrada en el Parlamento Europeo –300 asistentes– debatiendo sobre las consecuencias reales del síndrome postaborto, la otra cara de este drama y que se quiere silenciar y sólo se debate ¡en el Ayuntamiento de Madrid! O me fijo en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, donde el pasado 5 de junio la Abogada General, Tamara Capeta, defendió que el artículo 2 del Tratado de la Unión establece las señas de lo que debe ser la «buena sociedad» europea y que identificó con los postulados de la cultura woke. Lo dijo respecto de las restricciones húngaras al movimiento LGTBI, pero con su parecer Europa será una «buena sociedad» si es abortista.

Si el aborto trivializado y mercantilizado es fruto de cómo se entiende la sexualidad, la pregunta es si con ese embrutecimiento de conciencias no cabe revertir la legislación vigente. Creo que es posible, pero es una carrera de fondo; lo verán generaciones futuras, pero llegará. Ahora, con realismo, hay que reconocer que es impensable un cambio normativo, por eso el desafío es lograr reducir drásticamente la cifra de más de cien mil abortos anuales pese a que tengamos una ley que no sólo permite abortar, no sólo lo facilita, no sólo dice que es un derecho sino que, además y como cínico colofón, lo identifica con la autonomía y dignidad de la mujer. Ojo, para ese objetivo no se trata de fomentar medios anticonceptivos, sino de poner en valor la vida humana, la del no nacido en particular y la verdadera dignidad de la mujer.

Esta es una tarea reeducadora que no es ajena a la legislativa porque las leyes educan, forman, pero también deseducan o deforman. En el caso del aborto a esa mentalidad narcotizada que ve el embarazo como un accidente, un error enmendable, han ayudado leyes que, como digo, no ponen en valor la vida del no nacido sino que anteponen e instauran una idea falsa de libertad de la mujer. Por eso hace un par de semanas decía en estas páginas que puedo admitir como tactismo que el PP diga que, si gobierna, no cambiará la ley que proclama el derecho a abortar. Pues a ese PP le hago dos invitaciones. Una que, con todo, se deje de pamplinas y retome un proyecto de ley suyo, el del entonces ministro Gallardón. No habría sido la ley ideal, sí la posible, pero la vetó su presidente del Gobierno para resolver una ecuación cuyos elementos eran hipocresía más cobardía.

La otra es que, aun sin tocar la salvaje ley vigente, embride su aplicación. No es la cuadratura del círculo, sino luchar contra la trivialización del aborto, inculcar que, pese a la ley, no puede ser un derecho acabar con el no nacido, ayudar e informar a la madre que baraja abortar, invitarla a reflexionar, no identificar la educación sexual con un manual de «cómo evitar el embarazo», valorar la vida humana y la maternidad. Aun con semejante ley cabe avanzar mucho en esta carrera de fondo que es reinstaurar el respeto a la vida del no nacido. Hay que proponérselo y ya vendrá el cambio legal. Pero para la nueva ecuación que le planteo al Partido Popular la incógnita es si lo suyo es tactismo o convicción.

José Luis Requero, es magistrado del Tribunal Supremo