Al portador

El Rey que aguantó y otras comparaciones odiosas

Felipe VI puede ser una excepción moderna. No era una guerra, pero el domingo, en Paiporta –zona cero de la catástrofe–, estuvo en primer línea

Winston S. Churchill (1874-1965) , el premier que, entre otras cosas, siempre defendió la monarquía británica, también decía que «los hombres y los reyes deben juzgarse por su actuación en los momentos críticos de sus vidas». «Toda comparación es odiosa», puede leerse en La Celestina y, en El Quijote, Cervantes (1547-1616) escribió que «las comparaciones son siempre odiosas». Los reyes, durante siglos, llevaron a sus ejércitos a las batallas y luchaban en primera línea. En España, Alfonso XII (1857-1885) fue el último monarca que estuvo al frente de las tropas sobre el terreno. Fue durante la III Guerra Carlista y, al menos en una ocasión, el 3 de febrero de 1875, en la batalla de Lacar, en el valle de Yerri (Navarra), corrió serio peligro ante las embestidas de las tropas carlistas, a las que derrotaría de forma definitiva un par de años después. Hace mucho tiempo que las guerras no necesitan la presencia en primera línea de los reyes o de los comandantes jefes y todavía quedan más lejanos los tiempos en los que combatían cuerpo a cuerpo con sus enemigos.

Felipe VI puede ser una excepción moderna. No era una guerra, pero el domingo, en Paiporta –zona cero de la catástrofe–, estuvo en primer línea y aguantó el cuerpo a cuerpo con una multitud cabreada y desafiante y que, de hecho, podía ser peligrosa. Ultras o no, hubo quienes agredieron, con barro y piedras, a la comitiva del Rey, en la que también estaban Pedro Sánchez y el presidente valenciano, Carlos Mazón. Nada lo justifica. El Rey resistió los embates, encajó criticas, escuchó quejas y palpó la frustración de los afectados. Es discutible la idoneidad de una visita que, de no haberse producido, hubiera generado críticas por eso mismo, a ambos lados del espectro político. Ayer, la edición digital del Financial Times titulaba: «Los líderes españoles se enfrentan entre sí por la catástrofe de las inundaciones». No hace falta decir más. Muchos han reclamado la presencia del Estado desde que se conoció la magnitud del desastre. Alguna pista. El Estado son, sobre todo, los 700.000 millones de euros anuales de gasto público, de donde debería salir sin problemas –sin más déficit, ni más impuestos– para atender y paliar la catástrofe. También sus máximos responsables. Los que aguantaron ante la multitud cabreada y los que, por consejo de su equipo de seguridad, abandonaron el lugar, como Pedro Sánchez. Es algo que le perseguirá siempre, porque «los hombres y los reyes deben juzgarse por su actuación en los momentos críticos», advirtió Churchill.