A pesar del...

La risa, remedio infalible

Leí a un profesor que aseguró seriamente que desde la caída del comunismo no ha aumentado la prosperidad en el mundo. Es para partirse de risa, señora.

La revista Selecciones del Reader’s Digest, que leía en mi infancia porteña porque estaba suscrito a ella uno de mis abuelos, tenía y sigue teniendo una sección titulada «La risa, remedio infalible». El humor tiene esa capacidad terapéutica, sin duda, al menos como consuelo.

En todas las dictaduras ha existido, aunque, lógicamente, en las comunistas de manera particularmente subterránea, dada su conocida destreza genocida. Difícilmente se habría publicado en China, por ejemplo, este chiste sobre la muy popular (en Occidente, claro) Revolución Cultural: «Todo va muy bien con el presidente Mao. Ahora sólo nos falta comer».

Tras la caída del Muro de Berlín, el comunismo entró en un cono de sombra, porque sus naturales propensiones totalitarias debieron reacomodarse a una incómoda realidad democrática en donde las incursiones contra la vida, la libertad y la propiedad de las personas tienen más límites que en la revoluciones socialistas.

Ahí es cuando los ciudadanos podemos aprovechar para reírnos, no solo del poder, que es algo que sanamente siempre hemos hecho, sino de sus idólatras cómplices intelectuales. Ese campo es particularmente fértil, en el periodismo, sin duda, pero sobre todo entre mis otros colegas, los profesores, cuyas gansadas no parecen tener límites, para entretenimiento y provecho de quienes tenemos aún la libertad de criticarlas.

Con un vistazo a los medios, una ronda por radios y televisiones, podemos localizarlos, porque son fáciles de detectar. Están todo el rato atacando a las mujeres y hombres libres. No lo dicen así de claro, por supuesto, pero basta un poco de atención para notarlo. Siempre están en contra de las empresas, es decir, de la fuente de empleo y bienestar para los trabajadores. Pero también suelen desconfiar de las ONG, por su «asistencialismo», y sobre todo porque en muchos casos son obra de otra muestra de libertad que aborrecen con odio cainita: la Iglesia Católica.

En sus denuncias contra el malvado capitalismo jamás mencionan el anticapitalismo. Así, lagrimean ante la «destrucción del planeta» pero nunca recuerdan cómo trató el socialismo real a la naturaleza. Insisten en que bajo el capitalismo el trabajo es esclavitud, y tampoco establecen comparación alguna.

La realidad les da exactamente igual. Leí a un profesor que aseguró seriamente que desde la caída del comunismo no ha aumentado la prosperidad en el mundo.

Es para partirse de risa, señora.