El canto del cuco

Salto al futuro

Uno saca la conclusión de que estos son los verdaderos progresistas, los auténticos impulsores del desarrollo sostenible

El sábado pasado se conmemoró, bajo el amparo de Naciones Unidas, el Día Internacional de las Cooperativas. El lema de este año es «La cooperativa construye un futuro mejor para todas las personas». La celebración en Madrid se adelantó al viernes, con un acto solemne en el Ateneo, en el que la Federación de Cooperativas y de la Economía Social de Madrid (FECOMA) entregaba sus premios anuales. La atención ese día estaba más pendiente de la comparecencia de la mujer del presidente del Gobierno en el Juzgado y del partido de fútbol España-Alemania que de este acto en la sala Cátedra Mayor del histórico y venerable recinto. No hay que reprochárselo a nadie, es natural: se impone siempre el ruido al silencio y lo urgente a lo importante. Este año había un detalle que proporcionaba al acto una especial emotividad: se jubilaba calladamente, después de media vida dedicada al cooperativismo, Carlos de la Higuera, el mítico presidente de esta Federación, gran tipo humano, un personaje que merece todos los reconocimientos, mucho más que la caterva de famosos. Sirva este recordatorio de homenaje.

Para uno, que es poco entendido en el tejido económico, pero que sabe que refleja la vitalidad de una sociedad, fue un asombroso descubrimiento ver desfilar a los representantes de los distintos sectores del cooperativismo –agroalimentario, construcción, transportes, arquitectura, educación...– recogiendo su premio, después de escuchar el memorial de sus méritos. No faltaron los continuadores de la obra del padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo o Paquita, una tendera nonagenaria, que subió al escenario con desenvoltura a recoger el suyo y que fue la más aplaudida. Uno saca la conclusión de que estos son los verdaderos progresistas, los auténticos impulsores del desarrollo sostenible. Representan, según me han dicho, el 10 por ciento del PIB. Son la realidad frente a la apariencia. Una vez al año se reconoce públicamente su trabajo silencioso y ejemplar, aunque la noticia no salga en los telediarios ni figure siquiera en un rincón del periódico.

El premio consistía en un diploma y una estatua de bronce, diseñada para la ocasión y donada a FECOMA por el artista José Gabriel Astudillo. Es la imagen airosa de un salto de pídola, el juego infantil en el que un niño salta hacia adelante abriéndose de piernas y apoyando las manos sobre la espalda doblada de otro. Con esta preciosa alegoría se representa la libertad, el dinamismo y la cooperación humana. Cuando tantos se empeñan hoy en volver la vista atrás, el escultor define la estatua como «Salto al futuro». Y de eso se trata.