Los puntos sobre las íes

Sánchez y Díaz, a besos; Feijóo y Abascal, a tortas

Los malos dividieron a los buenos y vencieron aun habiendo perdido

«Divide et impera [divide y vencerás]» es un aforismo latino infalible. Se lo han aplicado los militares más sobresalientes de la historia como Julio César, Gengis Khan, Alejandro Magno, El Gran Capitán, Napoleón y los grandes generales israelíes contemporáneos con la jauría de enemigos que tienen a norte, este y sur. Y muy mal no les fue. Sánchez no es el más espabilado del mundo pero le honra el hecho de rodearse de gente más preparada y competir hasta la foto finish con un instinto criminal que ya le gustaría al Michael Jordan de los seis anillos de la NBA. ¿Por qué se ha salido con la suya? Básicamente porque entre él, Yolanda Díaz y los periodistas de cámara, el 80% de la profesión, consiguieron encizañar al PP con Vox y a Vox con el PP con un éxito que no voy a recordar porque resultaría perogrullesco o, más bien, pesadillelasco. Que la izquierda es más malvada que el otro bloque ideológico, amén de muy superior táctica y estratégicamente, ya lo sabíamos. Lo que nunca pensamos es que la derechita fuera tan tontita. La diferencia entre los unos y los otros quedó preocupantemente clara en ese debate en TVE en el que, craso error, se ausentó Feijóo. Contienda dialéctica a la que la propaganda genovesa denominó «debate de perdedores» con unos aires de superioridad que no presagiaban nada bueno. Yolanda Díaz llegaba más hundida en las encuestas que los pasajeros de tercera clase del Titanic. ¿Y qué táctica implementaron ella y su jefe? La del reparto de papeles. Pedro cedió el protagonismo a Yolanda con las consecuencias por todos conocidas: los veintipocos escaños que le pronosticaban las encuestas se convirtieron en 31 en una suerte de minimilagro de los panes y los peces. Escaños que terminaron siendo definitivos. Sólo les faltó besarse en los morros. Parecían el cursilón dúo argentino Pimpinela. «¿Verdad, Yolanda?», espetaba él. «Sí, Pedro», respondía ella. «Tenemos que mejorar, pero tengo los pies en el suelo», abundaba con tono curilla el presidente, que se refería a ella como «vicepresidenta». «Sí, los tienes, te conozco», terciaba la gallega. Que les sobró generosidad quedó tanto más patente en una entrevista en la que el caudillo socialista animó «a los progresistas» a votar al PSOE... «o a Sumar». Abascal salió razonablemente bien librado porque las veintibastantes actas que pronosticaban todos los sondeos terminaron en 33. El vencedor incuestionable del primero, Feijóo, cometió con su plantón el error definitivo, que hay que agregar al que supone advertir mañana, tarde y noche que pactarás antes con el PSOE que con Vox. Por no olvidar otro nada insignificante detalle: cuando rehúyes un debate presidencial siempre queda en el ambiente la sensación de miedo. Alguien debía haberle recordado lo que aconteció a Javier Arenas en las andaluzas de 2012 que tenía ganadas: renunció a confrontar sus ideas con los demás candidatos, Canal Sur dejó vacía su silla y acabó viendo frustrado el sueño de su vida. Pero quien de verdad la lio irreversiblemente fue María Guardiola cuando llamó «machistas, xenófobos y homófobos» a las huestes de un partido, Vox, con el que acabó ¡¡¡pactando!!! Imbecilidad nivel dios. No sólo enfureció a sus ahora socios sino que dejó como unos piernas a Mazón, Mañueco y Prohens, además de movilizar a una izquierda que se puso las botas dibujando un panorama tan efectista como falsario en el que parecía que la formación verde era poco menos que una versión posmoderna del NSDAP de Hitler o el Partido Fascista de Mussolini. De locos. Los malos dividieron a los buenos y vencieron aun habiendo perdido. Pa matarlos. A los buenos, claro.