El buen salvaje
El terrorismo toma como rehén a la opinión de Occidente
Aún no acierto a comprender cómo se duda de que Hamás es un grupo terrorista (de la misma manera que se normaliza que Sánchez estreche la mano de ETA) y que el desierto lejano podría volver al centro de París o de Madrid
Tal vez a estas horas tengamos un listado de nombres de muertos en Gaza o en Israel; puede que hayan asesinado a la Gioconda o la guillotina bárbara se pasee por el palacio de Versalles, evacuado sin pasteles. Se escribe sobre la incertidumbre. Solamente tenemos claro que lo hacemos en el horror, conocemos la sinopsis, pero el argumento y lo que ha de decir el crítico sobre esta película basada en hechos reales es una incógnita que han de mojar en el desayuno. «Nadie sabe lo que va a pasar mañana», como el título, qué casualidad, del nuevo disco del titán Bad Bunny, que suena aquí, de fondo, una canción que invita a las lágrimas: es lo que tiene la música. Si las tremendas fotos llegaran con banda sonora ardería la calle e invadiríamos la casa del vecino que piensa diferente. Yolanda Díaz estaría apuntándome con el dedo como si fuera una pistola mientras tararea la melodía. He llegado a la conclusión de que es fácil hacer llorar si puedes imitar a Bach.
Toda guerra es terrible, pero la que se libra en estos momentos entre Israel y los terroristas de Hamás tiene además sangre emocional porque nos enfrenta en el ascensor cotidiano, en la conversación del bar y, cómo no, en el exabrupto político. Contemplamos gestos antisemitas inexplicables. Ione Belarra con estilismo palestino. Ione Belarra pidiendo que se denuncie a Israel por «crímenes de guerra». Ione Belarra, a la que todo le parece un delito de odio. Escribir, ahora mismo, es odiar. Cuando la guerra que se libra en desiertos lejanos entra en los límites de la M-40 se hace insoportable la batalla cotidiana. Todo se reduce a un ir y venir de lugares comunes y comentarios racistas. No se trata de ser equidistante, pero no está mal tomar distancia.
De todos modos, si esto fuera un partido de fútbol llevaría los colores de Israel. Pero es un combate en el infierno. Tenemos a los terroristas a las puertas de los museos, y cuando alguno explota, explótame, expló, los yolandistas dirán, encima, que es culpa nuestra. Aún no acierto a comprender cómo se duda de que Hamás es un grupo terrorista (de la misma manera que se normaliza que Sánchez estreche la mano de ETA) y que el desierto lejano podría volver al centro de París o de Madrid. Por eso no se entiende que en los campus universitarios de EEUU descubran mentiras sobre Palestina como si Einstein no hubiera nacido.
Hoy, cuando alguien lea este mensaje, ya se conocerán caras de víctimas y de verdugos. Así que repetimos: Israel se defiende. Otra cosa es Netanyahu.
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