Historia

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Conciencia americana española

La Razón
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España y los españoles de finales del siglo XV fueron los actores únicos del Descubrimiento del Nuevo Mundo. Creadora del primer Estado moderno consagrado a procurar a sus ciudadanos el bien común; diseñadora en América de una sociedad con vocación de asimilación antropológica; asentadora de ciudades en las que aparecen por primera vez formas de vida occidental; creadora de universidades y de una red educativa a todos los niveles; autora de la mayor empresa evangelizadora de la cristiandad que asentó las bases de la primera economía abierta a los dos continentes al occidente y oriente del Océano Atlántico.

Hizo válida una cultura de gran contenido y originalidad surgida del contacto entre las culturas aborígenes y la cultura ibérica que trascendió a las siguientes generaciones, de modo que, desde los comienzos, queda marcada la personalidad de Hispanoamérica en el mundo. ¿Qué fue el motor que hizo posible tan brillantes resultados? Lo hicieron los españoles desde los últimos años del siglo XV y durante el siglo XVI en América. Constituye un ejemplo de lo que puede llegar a conseguir una comunidad cuando se siente trascendida por ideales religiosos y políticos enfocados al bien común.

Y el buen funcionamiento del sistema para conseguir la Monarquía la conexión de la realidad española con la americana, tan diferente en lo antropológico, y lo cultural, por tres vías convergentes: el «proceso institucionalizador», no simplemente burocrático; el «proceso urbanizador», que produjo un cambio decisivo en la estructura demográfica, familiar y social, y, en fin, el «proceso legislador», en el que, al mismo tiempo, pueda apreciarse la pervivencia de una tradición jurídica de importancia a partir del derecho común, al cual se acoge en sus distintas gradaciones el ser político indiano.

Y junto a estas columnas: instituciones, ciudades, leyes, emisión religiosa que Robert Ricard denominó «conquista espiritual» y Pedro Borges Morán, más profundamente, «misión civilizadora».

Los americanistas españoles de las dos escuelas de Madrid y Sevilla han seguido paso a paso el curso de cada una de las poderosas corrientes culturales de acusada personalidad que, desde el inicio, llegan hasta nuestros días. Elio Antonio de Nebrija, desde la amplitud de los saberes, lexicográficos e históricos, publica en 1492, el año del viaje de Colón, la «Gramática de la Lengua Castellana», donde las normas para garantizar la unidad del idioma y lograr la fluencia comunicativa fueron capaces de superar la enorme diversidad lingüística continental. Manuel Alvar y Rafael Lapesa, entre otros, han puesto de manifiesto la influencia de la lengua en la cohesión de las mentalidades hispanoamericanas con paridad de valores. La unidad y riqueza lingüística que al extenderse forjó en buena parte y aseguró el proyecto político.

El pensamiento político lo delinean Francisco de Vitoria y Juan Luis Vives. Vitoria, fundador del Derecho Internacional, asienta los derechos de los hombres americanos y los títulos del dominio de España. No según los derechos emanados de las Bulas Pontificias, sino de los derechos oceánicos de los reyes de España y Portugal, ni del «derecho de gentes», inicial y superior al propio derecho de propiedad: única doctrina jurídica del Estado, inspirada en la profunda instancia moral. Luis Vives y demás humanistas abiertos al Nuevo Mundo acataron la normativa legal y dieron sustento intelectual, y una dimensión jurídica, sobre un poderoso soporte de espiritualidad, atravesó el océano y adquirió una peculiaridad americana en el Derecho Indiano, vigente hasta el siglo de las independencias. Los nativos adquieren la condición de súbditos de la Corona no como vasallos de tipo feudalizante, sino en igualdad con los pobladores españoles, hasta alcanzar en las «Nuevas Ordenanzas de población y descubrimiento» de 1573, que dieron definitiva estructura orgánica a los territorios americanos, con reconocimiento dentro del Estado monárquico integrador, creando un orden nuevo, un sistema de relación entre los mundos humanos en conexión. «El Gobierno del Perú» (1567), de Juan de Matienzo, «Política Indiana» (1647), de Juan de Solórzano Pereira, el «Antijovio» (1567), de Gonzalo Jiménez de Quesada, y tantas otras que prestigian los escritos de base jurídica, ordenadores de la realidad.