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La Razón
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Vivimos en la televisión el mundo de las series, aunque yo alcancé todavía el cine de episodios, filmes de duración media que finalizaban siempre con un «Continuará». Resulta difícil vivir estos días en Barcelona y aislarse del «problema catalán», empeñados todos en que no finalice, ya que los resultados electorales dejaron a la mayoría en las brumas de la incertidumbre. Hay quienes los entienden como un gran fracaso del soberanismo y otros como su victoria. Una vez más, se consideren o no como plebiscitarias las elecciones, casi todos los partidos mostraron su satisfacción o se justificaron. Las urnas han evidenciado la diversidad de los votantes catalanes no independentistas, pero casi todas sus formaciones se declararon favorables a un referéndum decisorio. El llamado «proceso», analizado desde todos los puntos de vista, no finalizó, ni hubiera concluido aunque todos los votos se inclinaran por una opción contraria a la independencia. Da la impresión de que el mundo político catalán y el del resto de España se sienten a gusto en una dialéctica ante la que el ciudadano español medio no se muestra demasiado interesado (y en ello se equivoca), mientras los catalanes nos sentimos abrumados por la intensidad propagandística de los últimos cinco años. Pero, pese al protagonismo que ha adquirido Artur Mas, ahora en funciones, sería un grave error confundir el personaje con una corriente subterránea en ocasiones, aflorada en otras, que subyace en la evolución de la democracia española, la de hoy y la de ayer.

Podríamos remontarnos casi al retorno de Josep Terradellas, reclamado por Adolfo Suárez, para reconducir una muy compleja situación y recibido masivamente en Barcelona a los gritos de «Llibertat, Amnistia i Estatut d´Autonomia», algo que no se oiría en el resto de España. En menor número acudirían, en señal de protesta, los catalanes a la famosa Plaza de Sant Jaume en 1984, cuando el entonces President Jordi Pujol fue encausado por el asunto de Banca Catalana. El hoy ex-Honorable no se presentaba entonces como separatista, antes al contrario, aliado con unos y otros, iría consiguiendo a lo largo de sus mandatos transferencias tan importantes como las de la enseñanza, gracias a la que pudo imponerse el método de la inmersión lingüística en catalán. Fue más tarde, con Pasqual Maragall, cuando se propuso renovar y ampliar el Estatut que, ya en Madrid fue recortado, tras haber sido aprobado por el Parlament, refrendado sin excesivo entusiasmo por los catalanes y finalmente recortado de nuevo por el Tribunal Constitucional por un recurso del PP de entonces. Apuntan ahora que de este rechazo deriva el «proceso», aunque vemos ya que las aguas venían, tras el franquismo, desde más lejos. Los padres de la actual Constitución pretendieron disolver los problemas catalán, vasco y gallego diferenciando entre nacionalidades y regiones autónomas. Pero se impuso el «café para todos». Los núcleos independentistas catalanes fueron hasta hace poco escasos, aunque representados por un partido histórico, Esquerra Republicana de Catalunya. Pero el contexto español y mundial se han transformado. España (y Cataluña en su seno) se integró en una Unión Europea que avanzó por la senda del bienestar, hasta que la crisis mundial permitió comprobar sus debilidades y las del euro, una moneda fruto de la buena intención de avanzar el conjunto de los países que a ella se acogieron con las mismas oportunidades.

Artur Mas pretendió consultar mediante referéndum a los catalanes, lo que no estaba contemplado en la Constitución. Pero ya, convertido al independentismo de Esquerra, manteniendo todavía una cierta centralidad con Unió, plantó un sucedáneo de urnas el 9 de noviembre de 2014. Las presiones del Gobierno obligaron al entonces Fiscal General Eduardo Torres Dulce a abrir una causa el 21 de noviembre de 2014, por una serie de supuestos delitos que podrían condenarle, junto a dos de sus colaboradoras, a años de inhabilitación y hasta a la cárcel. Se ha comunicado dicha imputación tan sólo dos días después del proceso electoral, cuando la amalgama de «Junts pel Sí» necesita del apoyo, al menos, de dos diputados de la CUP para la investidura del presidente en funciones, aunque los radicales aseguraron que en ningún caso apoyarían tal investidura. Y se cita a declarar a Mas el próximo 15 de octubre, día en el que se conmemora en el foso del castillo de Montjuic, el fusilamiento del que fuera el último President de la Generalitat, Lluís Companys, hasta el final de la guerra civil. Fue raptado por miembros de la Gestapo en Francia, donde se había exiliado y trasladado a Barcelona, acusado de rebelión militar. Recuerdo aún –era entonces muy niño– que, al enterarse los barceloneses, por lo menos en mi barrio, salieron al balcón e hicieron una «cacerolada» como señal de protesta. Queramos o no, pese a los años transcurridos, volvemos de nuevo a los duros recuerdos de la postguerra. El juez Juan Manuel Abril no habrá caído en ello, pero la judicialización de la política lleva a estas complejas e indeseadas circunstancias y Mas se convierte en un mártir rebelde. Pero ya se han abierto las puertas de las elecciones generales de diciembre y nada permite augurar un tranquilo fin de año.